martes, 10 de diciembre de 2013

UN HOMBRE, CINCO BALAS. Entrevista con Carlos Aguilar


UN HOMBRE, UNA NOVELA, CINCO BALAS
A RITMO DE JAZZ, CHARLANDO CON CARLOS AGUILAR

La génesis de Un hombre, cinco balas abarca más de un lustro de esta última, prolífica y ejemplar etapa en la carrera de Carlos Aguilar, jalonada por sus magníficos Sergio Leone (2009), Clint Eastwood (2009), Jesús Franco (2011), Mario Bava (2013), su apabullante Guía del Cine, auténtico clásico de la bibliografía cinematográfica española... Y a pesar de una brillante trayectoria de varias décadas, sin el menor signo de cansancio e incluso dando muestras de una originalidad y energía crecientes, el autor madrileño es capaz de presentarnos trabajos tan estimulantes como Cine y Jazz (Ediciones Cátedra, 2013) ya comentado en una anterior entrada de este blog— y Un hombre, cinco balas (Calamar Ediciones, 2013), su quinta novela tras La interferencia (1990), Simbiosis (1994), Coproducción (1999) y Nueve colores sangra la luna (2005), y con las que su nueva obra guarda más de un punto en común, como veremos.
Tan incesante actividad, además abarcando las más variadas disciplinas, desde el ensayo hasta la narrativa, pasando por el estudio historiográfico y, últimamente, también el relato, me ha motivado a charlar con Carlos sobre diversos aspectos de sus recientes trabajos, en algunos de los cuales he tenido el inmenso placer de colaborar, como es el caso de Un hombre, cinco balas, de cuyo diseño y maquetación me he encargado, además de firmar el prólogo. De éste reproduzco un fragmento en el que expreso algunas de mis consideraciones acerca de esta disfrutable novela: "Elementos de thriller, diálogos precisos y afilados, amores extremos o enfermizos, personajes femeninos apasionantes, explosiones de violencia a cargo de villanos depravados, así como de héroes menos intachables de lo que su imagen pública sugiere; desesperación y muerte, inocencia mancillada, memoria y nostalgia aliadas para provocar dolor... Constantes en la obra de Aguilar, aquí envueltas en un lirismo seco y lacónico, en ocasiones sombrío, siempre lacerante, tenso, más propio de la novela negra que del convencional western de frontera del cual la narración a menudo se aparta en el tono. Pero no sin apropiarse de una serie de elementos reconocibles, que en manos del autor se impregnan de un asfixiante clima opresivo, que no desprecia abrazar un inquietante onirismo en determinados pasajes".
Ahora bien, nadie mejor que el propio Carlos Aguilar para trasladarnos sus impresiones acerca de tan vibrantes trabajos. Es, pues, el turno del autor.


Este año has firmado tres ambiciosos trabajos: un ensayo sobre un cineasta de culto (Mario Bava), una obra enciclopédica que además del cine abarca disciplinas musicales (Cine y Jazz) y una novela ambientada en el lejano Oeste (Un hombre, cinco balas). Por el hecho de venir firmados por el mismo autor, y a pesar de su diversidad temática, ¿piensas que puede llegar al mismo tipo de lector, o buscan abrirse a otros perfiles?

Lo ideal para mí sería que llegaran al mismo público, por motivos comerciales pero también estéticos. Es decir, sería maravilloso que existieran personas que conecten con estos tres gustos por igual. Si los aglutino yo, me gusta pensar que no soy único, que hay más gente que disfruta indistintamente del maravilloso cine de género de los años 60/70, que simboliza por ejemplo Bava, del Jazz y del Western. Pero también sé que habrá gente que de estos tres gustos, compartan sólo dos. Y la habrá también que sólo uno. En cualquier caso, no me parecen incompatibles. Sin ir más lejos, varias películas de Bava incluyen Jazz, y entre el protagonista prototípico de un western y el jazzman emblemático existen rasgos en común, tal como intento explicar en el prólogo de Cine y Jazz. Aunque el ejemplo con mayúsculas estriba en Clint Eastwood, dado que es Jazz y Western al cincuenta por ciento, amén de que algunos de sus thrillers tienen elementos del Giallo que creó Bava. O sea que a un admirador del cine de Eastwood bien pueden interesarle estos tres nuevos libros míos... y no sólo el que escribí sobre el propio Eastwood. ¿Y quién no admira el cine de Eastwood?

La confección de Cine y Jazz, por lo ambicioso de su enfoque y contenidos, se antoja agotadora. Reunir toda esta información, clasificarla, ordenarla, dar forma a cada entrada, debió suponerte un esfuerzo considerable. Está claro que es un trabajo que ha requerido tiempo...

—He trabajado tantos años en este libro que ya he perdido la cuenta. En serio. Es el único de mis libros cuya confección ha requerido tanto tiempo. Viendo películas, escuchando discos, leyendo libros y revistas, recogiendo información de aquí y allá, moviendo amistades del extranjero... Añade lo que supone después sistematizar y coordinarlo todo, en aras de una disposición variada, justa y operativa. A continuación, redactar, revisar, corregir, pulir... Un trabajo ímprobo y agotador. Tan desbordante en algunos momentos que quizá hubiese tirado la toalla si no fuera por los inapreciables ánimos que me dio mi mujer, la escritora canadiense Anita Haas.

Dentro del mundo del jazz madrileño te relacionas con multitud de jazzmen, incluso a un nivel personal y de amistad. ¿Te ha sido de ayuda para tu libro esa especial relación con los propios músicos?

Por supuesto. No a la hora de investigar ni de redactar, pero sí en los estratos emocionales, psicológicos y técnicos, pues tratando con ellos he aprendido mucho de cómo son, cómo se relacionan, cómo trabajan, cómo piensan y viven... amén de peculiaridades de cada instrumento y de cómo aunarlos o alternarlos.


En el libro señalas que descubriste el binomio cine/jazz en tu adolescencia de la mano de películas como Pánico en las calles (1950), Sed de mal (1958) o ¡Mafia, yo te saludo! (1965), aunque ya habías tenido un contacto previo con esta mixtura merced a tu abuelo, que era músico.

En efecto, yo me aficioné al Jazz de forma consciente, al apreciar esta clase de música en la banda sonora de muchas películas que me fascinaron en la adolescencia, sin ir más lejos las tres que citas. Pero creo que algo existía de antes, inconsciente, como base genética, dado que mi abuelo por parte materna era músico, y había tocado el piano en salas durante los años del Mudo. Siendo yo un niño, le conocí, entonces él compaginaba la música con la regencia de un par de cines modestos, en la preciosa ciudad maragata de Astorga, cerca de León. Yo pasé algunos veranos con él, y me contaba los tiempos del mudo, me enseñaba los cines por dentro, las cabinas, los entresuelos y patios con las butacas vacías antes de que comenzaran las sesiones, que resultaban imponentes, yo le ayudaba a picar las entradas, con unos aparatos metálicos rarísimos que había entonces... y también le vi tocar, en algunos ensayos con coristas. Cuando menos el piano, pero creo recordar que también la trompeta. En su casa había un piano, y él me enseñó a tocarlo, en un nivel primario, por supuesto. Pero no pasé de ahí con el teclado, para su desgracia y la mía. 

En Cine y Jazz no te has limitado al cine estadounidense, presentas músicos, cineastas, películas... de todas las nacionalidades, abarcando Oriente y Occidente. Me ha sorprendido saber que incluso en Japón el jazz ha dejado una huella indeleble, así como en su cine.

—Es que los libros publicados al respecto antes del mío, que son bien pocos, se centran en el cine americano, con algo del francés e italiano. Sin más, salvo excepciones muy contadas. De ahí que para reflejar la hermosa universalidad del jazz me propusiera incluir entradas de toda clase, desde películas a cineastas pasando por músicos, en atención a los países más diversos. En cuanto a Japón, te aseguro que hoy por hoy es el país donde más querencia existe por el Jazz. Más que en los propios Estados Unidos. Está demostrado estadísticamente, y yo lo he comprobado en persona, las veces en que he estado allí, alojado por mi hermano Daniel.

Tengo entendido que tuviste un proyecto relacionado con el Jazz y Jesús Franco de por medio...

—Es cierto, te cuento. Hace diez años, cuando asistí al festival de cine español de Málaga para presentar el libro sobre Aldo Sambrell que escribió José Manuel Serrano Cueto, con ellos dos, un joven gallego me abordó para explicarme su proyecto. Su ilusión era hacer un corto protagonizado por Jesús Franco y Carlos Aguilar, interpretando sendos músicos de jazz con un vínculo particular. Jesús sería un pianista viejo y yo un trompetista joven, con inspiración abierta en Tigrero (1994) de Mika Kaurismaki. Es decir, Jesús en plan Sam Fuller y yo en plan Jim Jarmusch. Yo acepté sin pensarlo dos veces, me pareció una idea muy simpática, y puse en contacto a ese chico con Jesús, para que se lo propusiera también a él. Pero no sé si llegaron a hablarlo, en cualquier caso, ahí quedó la cosa. Lástima, me pareció una idea muy bonita, me apetecía. Tampoco recuerdo el nombre del director, ya había hecho algunos cortos, me dijo. 

Hay filmes discretos, y recuerdo por ejemplo uno de los que citas en el libro, Pánico infinito (1962), que ganan muchos enteros gracias a la banda sonora jazzística, pues añade al film un plus de tensión que la propia realización no alcanza a transmitir del todo por sí misma...

—En efecto. Una buena banda sonora puede disimular los defectos de una película por su especial manera de enriquecer y realzar las imágenes, incluso de contribuir al ritmo.


Reconozco que no soy especialmente aficionado al Jazz; pero, mientras leía tu libro, para ambientarme iba escuchando los temas musicales que mencionabas en las diversas entradas. Compaginar lectura y música, interactuar con el libro, ha sido para mí una experiencia increíble y enriquecedora. ¿Lo recomiendas a cualquiera que tenga ocasión de hacerse con tu libro?

—Pues no sé qué decirte, leer es algo tan personal que hacer recomendaciones me parece casi impertinente... Pero proceder así podría ser tan positivo para más gente como lo ha sido para ti, desde luego. En mi caso, escuchaba jazz, relacionado o no con el cine, al corregir las pruebas del libro, pero nunca lo hice al escribir. Para escribir, sea lo que sea, necesito silencio, de lo contrario me distraigo.

Ahora que la crisis golpea sin piedad, ¿has notado que el fenómeno de las redes sociales (Facebook, por ejemplo) esté suponiendo un apoyo significativo para la promoción de los libros en general, y los tuyos en particular?

Por supuesto, y me alegro mucho. Ya que Facebook está ahí y es gratis, ¿por qué no utilizarlo de forma razonable? Gracias a esta red social he conocido muchos admiradores de mis libros, españoles y extranjeros, y he creado otros, asimismo de distintos países. Esto es de lo más positivo, como todo lo que contribuya a la difusión de las obras, a que el público potencial de éstas se entere de que existen. Esto es importantísimo, porque se hacen tantas cosas que muchas pasan desapercibidas, a menudo injustamente. 


Centrándonos ahora en tu novela, la génesis de Un hombre, cinco balas me consta que ha sido agridulce. En principio se concibió como guión cinematográfico para un actor muy querido, fallecido durante la preparación del libro John Phillip Law. Diabolik Angel (2008) que Anita y tú escribíais en estrecha colaboración con el propio Law...

—En efecto. La idea era recuperar a mi gran amigo John Phillip Law para el Western, un género que apenas abordó, paradójicamente si se piensa en los actores americanos de su generación. Del mismo modo, se trataba de recuperar intérpretes y técnicos que brillaron en aquel género. De entrada, al músico Alessandro Alessandroni, el genial silbador y cantante al que recurría por sistema Ennio Morricone en los años 60. Alessandroni es muy amigo mío, y pese a su avanzada edad está de maravilla, habría aceptado con mucho gusto, y silba y toca múltiples instrumentos tan bien como en su juventud.

Está claro que existen prejuicios contra determinadas temáticas narrativas. Lanzarse hoy en día a sacar al mercado una novela del Oeste, firmada además por un español, a más de uno le habrá parecido una aventura dudosa o insensata. Bajo mi punto de vista se trata de un trabajo sobresaliente, muy disfrutable; incluso, por muchos motivos, insólito. ¿Qué es lo que puede ofrecer al lector actual una novela del Oeste como Un hombre, cinco balas?

—Una recreación personal y apasionada del Western, sobre todo en su variante italiana de los años 60, que se toma el género completamente en serio. Es decir, nada de distanciamiento irónico, de perspectiva posmoderna, de cualquier revisionismo... Un hombre, cinco balas propone un western serio, incluso dramático y hasta existencial en algunos momentos, asumido hasta lo más hondo por alguien que ama el género con intensidad, que reconoce en el cine del Oeste una de las influencias y querencias principales de su formación, y que lejos de cansarse de él no para de admirarlo, de disfrutarlo. A quien le guste de verdad el Western, creo que lo amará. Quien busque otra cosa, no la encontrará.


Me cabe el honor de haber escrito el prólogo de tu novela, pero quiero destacar la presencia del gran Eugenio Martín, quien se encarga de firmar el epílogo y es autor, a su vez, de uno de los mejores westerns no ya rodados en Almería, sino incluso en Europa. Un punto de vista el suyo, por lo tanto, más que oportuno.

Vaya que sí. Eugenio y yo somos muy amigos desde hace unos quince años, que no son pocos, y al menos una vez al mes cenamos juntos los dos matrimonios. Nuestra amistad se nutre no sólo de la querencia sino también de la admiración mutua. Y quién mejor que tú puede conocer el libro Eugenio Martín, un autor para todos los géneros (2008) que escribí con Anita, puesto que lo diseñaste y maquetaste de maravilla. Añadamos que su western El precio de un hombre (1966) es uno de los mejores europeos, y diría yo que el mejor realizado por un director español, empatado con Antes llega la muerte (1964) de Joaquín Romero Marchent, el cual evoqué en mi previa novela coeditada por la Diputación de Almería, Coproducción. Si se agrega que uno de los cinco malos de Un hombre, cinco balas, Dersertor, rinde homenaje a este personaje de El precio de un hombre, encarnado por Hugo Blanco, ya está más claro que el agua que Eugenio Martín tenía que estar representado en persona dentro de mi novela. Me encantó además poner dos fotos suyas, una junto a la cámara en plena juventud, y otra, hecha hace un par de años, en un set western de Almería, conmigo y con Dan Van Husen, pues este actor alemán trabajó con Eugenio un par de veces, inspiró otro de mis malos y tambié es muy amigo mío. Y hablando de Dan, su enfrentamiento final con John remite a la película imaginaria, Las noches del hombre lobo, que ellos protagonizan en Madrid dentro de mi novela Nueve colores sangra la luna, como recordarán quienes han leído ésta. Me encantan estos cruces de líneas.

Me parece genial la idea de identificar los personajes de tu novela con la fisonomía de una diversidad de actores y actrices muy presentes en el western europeo, amén de las evocadoras localizaciones...

Muchas gracias. No se había hecho nunca, en ningún país del mundo, ilustrar una novela con este planteamiento de insertar los intérpretes que inspiraron los personajes. Creo que de este modo se magnifica el carácter de homenaje y de respeto que entraña mi novela en su sentido último, amén de aportarle una gracia particular de por sí. Estoy muy satisfecho de esta idea, que estimo perfectamente interpretada en las imágenes, preciosas y, como bien dices, evocadoras.

Tu previa novela Coproducción tiene más de un punto en común con Un hombre, cinco balas. Recordemos que el protagonista de aquella quiere resucitar el eurowestern rodando uno en Almería, mientras que esta novela puede verse como la película que dicho personaje hubiera rodado. Es hermoso pensarlo así, ¿no crees?, porque de alguna manera se cierra el círculo, se fusionan en uno el cineasta de ficción y el autor de ambos libros, quien a su vez hace posible el sueño de aquel personaje...

Totalmente de acuerdo. De hecho, ya más de una persona me ha comentado que merced a esta novela el real Carlos Aguilar se convierte en una especie de materialización del ficticio Daniel Terán de Coproducción. Tengo mucho aprecio por esta novela, que ha ido conquistando cierta aureola de culto. Además, está escrita durante un período especialmente crítico de mi vida, entre la desesperanza y la esperanza.


En Un hombre, cinco balas identifico constantes de tu estilo: los amores enfermizos, los estallidos de violencia, los diálogos lacónicos pero expresivos, una atmósfera tensa y sombría, el ritmo in crescendo... ¿Has conseguido hacer tuya esta historia del Oeste, tema en principio tan ajeno a nuestra mentalidad, o te has dejado llevar por la personalidad tan marcada del Far West?

—Bueno, como comentaba antes he procurado personalizar un género que amo, reunir lo particular con lo general. Pero lo que ignoro es hasta qué punto he pretendido personalizar y hasta qué punto homenajear, pues esta sutil línea de diferenciación forma parte de un proceso creativo personal antes inconsciente que consciente. Lo que sí he buscado, de forma absolutamente directa y lúcida, es que resulte entretenida. Porque el aburrimiento lo mata todo: en el cine, en la literatura, en la música... no digamos ya en las relaciones personales. El aburrimiento es lo peor. Por eso jamás admitiré esa valoración tan extendida, sin ir más lejos respecto a ciertas novelas y películas, de "es buena pero aburrida". Discrepo, si algo es aburrido no es bueno.

No puedo estar más de acuerdo, desde luego. Con esta novela das continuidad a tu colaboración con el Festival Internacional de Cortometrajes Almería en Corto. Certamen para el que ya habías firmado y traducido varios libros, dentro de su magnífica, e interrumpida, colección dedicada a personalidades del cine relacionadas con el western almeriense.

Esa colección supone uno de los recuerdos mejores, y más entrañables, de mi obra, gracias a ella pudieron publicarse libros sobre gente como James Coburn, Giuliano Gemma, Gil Parrondo, Lee Van Cleef, Joaquín Romero Marchent... si bien destacaría el que escribió Anita sobre Eli Wallach. Obviamente, no pretendo desglosar aquí y ahora los méritos literarios de mi mujer, no sería elegante, pero sí resalto que conseguimos que el mismísimo y prácticamente inaccesible Clint Eastwood escribiera el prólogo, pues antes él sólo había prologado un libro, la autobiografía de Don Siegel. Bien puede enorgullecerse "Almería en Corto" de esto, así como de que consiguiéramos que el propio Wallach, con más de 90 años de edad, viniera encantado a presentar el libro, así como la viuda de Leone, celebrando el cuadragésimo aniversario de El bueno, el feo y el malo de tan gloriosa manera: un libro sobre el coprotagonista, presentado por él mismo y por la viuda del director, con prólogo del protagonista. ¡Fue increíble!


De igual modo, Calamar Ediciones, justamente conocida por sus libros de cine, dos de los cuales son tuyos, los estupendos Yakuza Cinema (2005) y La espada mágica (2006), se abre a la narrativa coeditando con Almería tu novela... ¿Fue complicado que desde el sector editorial se valorase adecuadamente un proyecto tan a priori arriesgado como el que proponías con Un hombre, cinco balas, es decir, "una novela del Oeste"?

—Por fortuna, no. La cualidad tan insólita de la propuesta jugó a favor, y tanto el festival como la editorial firmaron el acuerdo encantados con abrirse a la narrativa publicando un libro, cuanto menos, diferente de cualquier anterior, además a nivel mundial.

Si esta novela se llevase al cine, algo que en principio, y pensando en sus orígenes como guión, no parece descabellado, ¿crees que sería posible reunir buena parte de estos nombres legendarios cuyos personajes recreas en el libro, al menos para papeles de colaboración?

—Por desgracia, muchos han ido falleciendo en estos dos o tres últimos años, mientras urdía el libro, además del propio John: Ernest Borgnine, Aldo Sambrell, Luke Askew, Robert Hundar, Patty Shepard... Pero bastantes otros viven todavía, aun en avanzada edad. Sería maravilloso contar con ellos, por supuesto, y me gusta pensar que les encantaría agregarse en un proyecto que reconoce cuán importantes y particulares han sido en la historia del cine.

viernes, 15 de noviembre de 2013

NUNCA ME ABANDONES (Never Let Me Go, 2010)


LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL CLON

Creo que lo último que pretendía Mark Romanek, director de la película, era rodar una historia de ciencia-ficción. Por mucho que la premisa se apoye en elementos fantacientíficos para exponer su dramaturgia y por mucho que detectemos los mecanismos de la distopía, palabra que define a la perfección el telón de fondo usado por los responsables del film para otorgar espesor a su relato: una antiutopía, es decir, la figuración de una sociedad, por lo general ubicada en un futuro cercano, en la que el individuo es controlado por un estado bajo cuyo paternalismo se ocultan la manipulación e incluso el exterminio, en un marco de soterrado totalitarismo. De igual modo, Nunca me abandones (Never Let Me Go, 2010) abraza otro término caro al cine y la literatura fantásticos, la ucronía, que define una realidad alternativa surgida a partir de un punto conocido para llegar a un desarrollo diferente de los acontecimientos históricos. Para comprender ambos conceptos, distopía y ucronía, valgan un par de ejemplos: de lo primero, las alucinantes sociedades descritas en las novelas Fahrenheit 451 (1953), de Ray Bradbury, y Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley; de lo segundo, la antología de relatos Hitler victorioso (1986), coordinada por Gregory Benford y Martin Greenberg, y El hombre en el castillo (1962), de Philip K. Dick, donde se plasma un supuesto triunfo del nazismo en la II Guerra Mundial.


Pues bien, Romanek se desentiende de tales elementos para centrarse en lo que le interesa: las relaciones interpersonales en un entorno que magnifica los lazos entre un grupo de seres humanos muy peculiares. Pero ese desinterés del cineasta es relativo, pues necesita la base fantástica para crear el marco preciso en el que mostrar su disección de los sentimientos: una Inglaterra, que parece anclada en los años 60 o 70, en la que la clonación de seres humanos está permitida, sólo para uso terapéutico: es decir, se clonan y crían personas en apartados colegios de élite para extraerles los órganos una vez alcancen la juventud. Procurando así salud a los enfermos y una muerte cierta a los donantes. Todo ello con el beneplácito de una sociedad indiferente al sufrimiento vital de estos seres destinados a desaparecer en la flor de la vida. La crueldad de esta situación posee varios frentes, ya que los muchachos son educados exquisitamente como si les formasen para un futuro brillante, y sus profesores, insensibles al destino que aguarda a los pupilos, desempeñan su labor con absoluta frialdad, mientras los clones se enfrentan a los eternos dilemas de la infancia, la adolescencia y la primera juventud. Cercenada, por ende, cualquier esperanza de una vida normal y longeva; y, naturalmente, del disfrute del amor.


Kazuo Ishiguro, autor japonés nacionalizado estadounidense, es el firmante del libro homónimo en el que se basa el film. El escritor de quien se recordará la exitosa adaptación al cine de su previa novela, Lo que queda del día (The Remains of the Day, 1993), de James Ivory explica así el enfoque de su obra, extrapolable a la película: «¿Qué hacen los seres humanos? ¿Qué es lo más importante para ellos cuando se dan cuenta de que el tiempo se les acaba? ¿Está acaso predeterminado en la naturaleza humana buscar venganza en antiguos enemigos o atesorar más posesiones? En cierta forma creo que esta historia retrata de manera positiva la naturaleza humana. Tratando de decir, de la forma más convincente, que lo importante para la gente cuando se siente atrapada y ya no le queda tiempo son cosas como la amistad y el amor. Si alguien siente que le hizo mal a alguien cercano, va a querer arreglarlo antes de que sea demasiado tarde. Si dos personas se han amado durante toda su vida, van a querer estar juntas, aunque sea por un corto periodo de tiempo. Estas son las cosas que se vuelven prioridades para los seres humanos». En efecto, los tres jóvenes protagonistas, Kathy, Tommy y Ruth, conscientes del destino fatal que les aguarda, languidecen atrapados por unos sentimientos que no pueden culminar: de este modo, y a lo largo de sus cortas vidas experimentan la amistad, la traición, el despecho, el cariño, el amor... de forma harto delicada, tenuemente especial, sin perder la fe en un milagro que aplace un poco más su sentencia de muerte.


Romanek, consciente de la particular dureza de estos acontecimientos, ha decidido plasmarlos con la mayor suavidad posible: «Intenté mezclar esta historia muy inglesa con esta cualidad de simpleza que tiene la escritura de Kazuo. Es una simpleza muy engañosa. Hay una belleza en cómo escribe, ya que la verdad en la película puede ser muy inquietante, pero él lo expone de una manera tan delicada, que sentí que sería muy duro o muy abrupto si el filme hubiese sido demasiado realista, y yo quería que fuera realmente hermoso. Todos trabajamos juntos para tratar de hacer una película romántica y estéticamente placentera que en el fondo nos cuenta una verdad muy perturbadora de nuestra realidad». Sin embargo, el camino elegido por el director se antoja quizá el menos apropiado: buscando una equidistancia que evite recrudecer la plasmación del dolor ajeno, preservando así la inocencia de sus personajes, Nunca me abandones se envuelve en un halo de frialdad que funciona como barrera infranqueable para el espectador, deseoso de compartir las pasiones que palpitan en los tiernos corazones de tan desgraciados seres. Se produce así un alejamiento del drama, una dificultad añadida para compenetrarse con la historia y sus lacerantes cuestiones éticas, y eso perjudica a una película por lo demás impecable en sus aspectos técnicos y estéticos. Pero todo parece quedarse ahí: en la bella plasticidad de unas estampas gélidas, mortecinas, incluso apáticas, que impiden la implicación emocional del público, opción que aun así Romanek defiende: «Lo cierto es que la idea no era que mi estilo pareciera "frío". Más bien he intentado crear un equivalente visual y tonal a la sutileza y elegancia del estilo de Kazuo. Hacerlo de otra forma habría supuesto una cierta traición al espíritu del texto [...]. Así que eso me llevó a inspirarme en el cine japonés y las ideas japonesas de estética y arte».


Pero el estilo contemplativo de los grandes clásicos del cine japonés permite emerger por debajo de su aparente estatismo y solemne serenidad las pasiones que arden en el corazón humano. De esta tensión interna surge una vehemente excitación física e intelectual de la que carece Nunca me abandones, donde todo se expone con limpieza, con pulcritud, pero quedándose en la superficie, sin llegar a transmitir la turbulencia de los sentimientos sometidos a una prolongada situación límite. Esta falta de espesor, que equivocadamente Romanek cree paliar merced a una puesta en escena que confunde inerte preciosismo con hondura psicológica como si el mero hecho de captar la caída de una lágrima a través de un rostro impávido debiera trasladarnos, por sí mismo, la esencia de la tristeza, deshumaniza el relato, pero no en el sentido que el realizador pretende; no obstante, se induce la (falsa) impresión de hallarnos ante un dechado de contención dramática, entregándose los entusiastas a la ilusión de recrear en su mente lo que la pantalla no ofrece: la intensidad que tan prometedora historia necesita pero no quiere, o no puede, transmitir. Tanta elegancia, tanto distanciamiento, tanto rigor formal... se le ha ido de las manos al prestigioso cineasta que hace más de una década nos sorprendiera con la muy estimable Retratos de una obsesión (One Hour Photo, 2002), otro estudio, mucho más certero, sobre la soledad y la imposibilidad de expresar las emociones.

NUNCA ME ABANDONES (Never Let Me Go, 2010)
Reino Unido / Estados Unidos. 103 minutos
D: Mark Romanek. P: Allon Reich y Andrew MacDonald para Fox Searchlight Pictures, DNA Films y Film4. G: Alex Garland, basado en la novela de Kazuo Ishiguro. M: Rachel Portman. F: Adam Kimmel. Mo: Barney Pilling. Dis. prod.: Mark Digby.
CAST: Carey Mulligan (Kathy), Andrew Garfield (Tommy), Keira Knightley (Ruth), Charlotte Rampling (Miss Emily), Sally Hawkins (Miss Lucy), Kate Bowes Renna (Miss Geraldine), Domhnall Gleeson (Rodney), Andrea Riseborough (Chrissie), Hannah Sharp (Amanda), Christina Carrafiell (Laura), Oliver Parsons (Arthur), Isobel Meikle-Small (Joven Kathy), Charlie Rowe (Joven Tommy), Ella Purnell (Joven Ruth).

martes, 22 de octubre de 2013

CINE Y JAZZ, de Carlos Aguilar


LA ESENCIA DEL JAZZ EN IMÁGENES 

A finales de 2012, e invitado por Carlos Aguilar, tuve la ocasión de integrarme en este estimulante proyecto que, desde hacía algunos años, desarrollaba el escritor madrileño a partir de su encendido entusiasmo por el jazz. La propuesta de Carlos consistía en apoyar, mediante la aportación de material iconográfico procedente en buena parte de mi archivo, la parte visual del que ya se perfilaba como un libro monumental. Tuve ocasión, entonces, de acceder al manuscrito original y disfrutar de esas últimas fases de creación en las que el autor añade, revisa, corrige y da forma final al texto; una experiencia más que interesante, pues me permitía observar de cerca las metodologías de trabajo y creación no sólo del amigo, sino del experto cuya obra admiro y sigo desde mucho antes de conocernos hace ya veinte años.
La lectura de aquel original, necesaria para guiarme en la búsqueda de las imágenes precisas para ilustrarlo, atrapó mi atención desde el primer instante. La obra encarnaba un anhelo especial de su autor, traer a primer plano sus dos principales pasiones: el Cine y el Jazz, su interacción en la pantalla, la fusión de dos de las más grandes, si no las mayores, manifestaciones artístico-culturales, a nivel mundial, del último siglo.


Cuando, meses después, he podido disfrutar al fin de la obra terminada, exquisitamente editada en tapa dura para su serie mayor por Cátedra, mi interés inicial se ha multiplicado al constatar que tengo en mis manos un libro importante, valioso, por cuanto supone la primera obra consagrada en nuestro país al hipnótico binomio Cine/Jazz; organizada además por Aguilar como un diccionario que sistemáticamente recoge mediante múltiples entradas (571, nada menos) una suculenta variedad de películas, documentales y cineastas que en mayor o menor medida han reflejado en sus fotogramas, muchas veces de manera concluyente, la influencia de esta popular modalidad musical, a un nivel incluso más profundo que el meramente ilustrativo o diegético. De igual modo, el libro incorpora los cantantes, compositores e instrumentistas capitales del Jazz, cuya conexión con el Séptimo Arte les ha convertido en leyendas de ambas disciplinas: desde Chet Baker a Jerry González, pasando por Louis Armstrong, Dizzy Gillespie, Ella Fitzgerald, Fats Waller, Cab Calloway, Gene Krupa, Benny Goodman, Duke Ellington, Eartha Kitt, Glenn Miller, Count Basie, Benny Carter, Miles Davis, Billie Holiday, Sonny Rollins...
Sus páginas también convocan a compositores específicamente cinematográficos del calibre de Quincy Jones, Lalo Schifrin, Armando Trovaioli, Don Ellis, Piero Umiliani, Irving Berlin, Cole Porter, Giorgio Gaslini, Dave Grusin, Henry Mancini, Riz Ortolani, John Williams...; cineastas como Pupi Avati, Clint Eastwood, Woody Allen, Jesús Franco (los cuatro, a su vez, reconocidos Jazzmen), John Cassavetes, Louis Malle, Alain Corneau, Umetsugu Inoue, Spike Lee...; o músicos e intérpretes españoles del nivel de Juan Carlos Calderón, el saxofonista Pedro Iturralde, el armonicista Antonio Serrano, Fernando García Morcillo, José Solá...


Naturalmente, las películas reseñadas constituyen, así mismo, un repaso a la historia de esta alucinante y ecléctica mixtura cinemático-musical: surgen, así, títulos inolvidables como Aleluya (1929), El abrazo de la muerte (1949), Anatomía de un asesinato (1959), Con faldas y a lo loco ((1959), Un día volveré (1961), West Side Story (1961), A sangre fría (1967), Bullitt (1968), Danzad, danzad, malditos (1969), Escalofrío en la noche (1971), La conversación (1974), Alrededor de la medianoche (1986), Bird (1988), Los fabulosos Baker Boys (1989), La leyenda del pianista en el océano (1999), Calle 54 (2000)... Selección continuada mediante una pléyade de films enmarcados en toda suerte de géneros (thriller, melodrama, biopic, bélico, musical...) y nacionalidades (EE.UU., Francia, Italia, Reino Unido, Japón, Checoslovaquia, España...). Y añadamos a esta impresionante antología, una importante cantidad de discos, bien puramente jazzísticos o de bandas sonoras de películas.
El recorrido es, pues, apabullante, pero a la vez claro y atractivo por su propia disposición alfabética; así pues, cada entrada proporciona nuevas sinergias y referencias que el lector se ve impelido a localizar y degustar, en un puzle gozosamente heterogéneo que con cada nueva pieza completa y amplía nuestra visión de conjunto. El inconfundible estilo de Aguilar, capaz de aunar un vibrante ritmo narrativo con reflexiones de índole personal y un extraordinario rigor en la exposición y desarrollo del hecho cinematográfico/musical, proporciona una fantástica herramienta de consulta que a la par se disfruta como obra literaria. Insólito (y placentero) paradigma que distingue desde sus inicios la obra del autor, como bien saben quienes hayan frecuentado alguno de los más de setenta libros sobre cine que conforman su copiosa bibliografía, incluidas cuatro novelas y diversos relatos.


SEDUCIDOS POR EL JAZZ, ENAMORADOS DEL CINE

Mientras que respecto al Cine parece existir consenso en cuanto a sus orígenes, los del Jazz, su definición, continúan, como reconoce el propio Aguilar, sin precisarse hoy con exactitud; lo que es indudable es el mestizaje cultural que ha propiciado el surgimiento de tan peculiar estilo musical y que expertos de todo el mundo, incluidos los propios músicos, intentan acotar o definir en un caleidoscopio de pareceres que van de lo puramente sensorial a lo rigurosamente etnológico. El especialista alemán Joachim-Ernst Berendt, escritor, crítico musical y productor discográfico entregado a la modalidad, afirma en su libro El Jazz: de Nueva Orleans al Jazz Rock (Fondo de Cultura Económica, México, 1986): «Es una forma de arte musical que se originó en los Estados Unidos mediante la confrontación de los negros con la música europea. La instrumentación, melodía y armonía del jazz se derivan principalmente de la tradición musical de Occidente. El ritmo, el fraseo y la producción de sonido, y los elementos de armonía de blues se derivan de la música africana y del concepto musical de los afroamericanos». En cualquier caso, la variedad de matices dentro del propio Jazz ha generado una multiplicidad de estilos que van desde el Blues hasta el Jazz flamenco, recorriendo hitos como el Ragtime, el Swing, el Bebop, el Cool Jazz, el Hard bop, el Soul Jazz, el Funky, el Jazz Rock, el Jazz latino y afrocubano... cada cual con sus particulares representantes y ritmos, todos ellos reflejados antes o después en innumerables trabajos cinematográficos.


Por supuesto, el propio Carlos, en un magnífico capítulo introductorio, expone los singulares inicios de su relación con el tándem Cine/Jazz: «El motivo último del vínculo estético que lo preside estriba en reconocer que mi pasión por el jazz surgió gracias a mi innata cinefilia, fue desarrollándose en temprana edad a partir del aprecio y disfrute de la música de películas que me marcaron entonces. Entre ellas, recuerdo sobre todo, por lo determinantes que fueron, Pánico en las calles (Elia Kazan, 1950) y ¡Mafia, yo te saludo! (Raoul J. Levy, 1965), que vi en sendos cines de barrio a finales de los 60, así como Sed de mal (Orson Welles, 1958) y Ascensor para el cadalso (Louis Malle, 1957), que visioné por primera vez mediante programaciones televisivas, a principios de los 70. Del mismo modo, Eartha Kitt cantando "Mississippi Blues" en La cabaña del tío Tom (Géza von Radváyi, 1965) me petrificó con intensidad turbadora».


Pues bien: estas íntimas inquietudes las transmite a la perfección el escritor, con delicadeza en el acercamiento al fenómeno y contundencia en su despliegue erudito, conformando un volumen fascinante que trasciende la mera enumeración de hechos clave y dota de veracidad histórica, espesor dramático y magnetismo artístico las capacidades reflexivas, evocadoras, divulgativas y literarias de Cine y Jazz. Además, reforzado merced a una espectacular batería de 526 imágenes, en color y blanco & negro (como reza el texto de contraportada: "fotos y carteles de películas, instantáneas de actuaciones, retratos de músicos y cineastas, portadas de discos, fachadas de clubs y salas, etc.") y un utilísimo índice onomástico.
Tan ambicioso proyecto, en su categórico resultado último, transmite una especial cualidad rítmica, un swing personalísimo que aúna expresividad y estética, una rueda de acordes cuya progresión armoniza los diferentes elementos que componen este espléndido libro, de forma similar a como el propio autor relaciona las disciplinas musical y cinematográfica: «En cualquier película dispuesta a integrar el jazz por sistema debe obtenerse una simbiosis hermosa, coherente y operativa entre dicha música [...] y el entramado narrativo-visual propio del lenguaje fílmico. Empresa nada fácil, ciertamente, desde ningún punto de vista. De ahí que implique una suerte de estimulante desafío artístico, que, en caso de coronarse, genera una belleza expresiva muy particular, tan penetrante como un buen solo de trompeta».


domingo, 6 de octubre de 2013

CINE-BIS


EL HERMANO MÁS JOVEN DE "QUATERMASS" 

Tengo el placer de presentaros CINE-BIS, la nueva publicación cinematográfica que edito bajo mi sello Quatermass.
Lo cierto es que no ha surgido de la noche a la mañana, porque sí o por capricho. Durante años, casi desde que hace dos décadas, en 1993, viese la luz, en formato fanzine, QUATERMASS, he tenido la inquietud de compaginar algún día éste con otro proyecto editorial complementario. Es decir, consagrar al cine fantástico mi creación original y avanzar por otras sendas mediante una publicación distinta, permitiéndome así ahondar en una diversidad de géneros que me fascinan en mayor o menor grado. De hecho, además del Terror y la Ciencia-Ficción, confieso ser un gran aficionado al Western, al Musical y al Melodrama (preferiblemente el de la época dorada, entre los años 30 y 50). Pero también me interesan, en su correspondiente medida, el Bélico, el Thriller policíaco y/o de suspense, el cine de Aventuras en todas sus exóticas variantes, la Comedia (hasta los años 60; en adelante me aburre, no digamos ya la actual), el cine Erótico (un mundo a descubrir), el de Animación... En suma, los géneros del cine. O el cine de géneros.
Mientras preparaba cada nuevo número de QUATERMASS, cada vez más complejo, en cuanto a infraestructura, y ambicioso, respecto a contenidos, me daba perfecta cuenta de que mi veterana criatura desarrollaba exigencias de todo tipo obligándome a dedicar largos y agotadores períodos de tiempo a su confección. Naturalmente, el aspecto económico, la búsqueda de financiación conforme nos acercábamos a esta oscura época de Crisis, pesaba como una losa, pues QUATERMASS, para mantener su nivel, precisa de un cierto esfuerzo financiero.
Así, entre número y número de QUATERMASS el tiempo de espera empezaba a dilatarse, creando extrañeza entre los lectores. Algunos, incluso, llegaban a pensar, no sin lógica debido a los prolongados silencios, que la publicación había pasado a mejor vida. Mas de nuevo, una y otra vez, resurgía ofertando sorprendentes propuestas.



LA OPORTUNIDAD: DIGITAL CONTRA OFFSET

Y es entonces cuando se generaliza y perfecciona la impresión digital. Hasta la fecha, el sector editorial ha imprimido sus trabajos mediante el sistema offset, basado en tintas grasas y particularmente caro, cuyas especiales características lo hacen idóneo para tiradas muy grandes.
Por el contrario, si quisiéramos una tirada modesta, de 200 o 300 ejemplares pongamos por caso, resultaría económicamente inviable. Sin embargo, la técnica digital, sustentada, para entendernos, en el sistema de impresión láser por cartuchos de tóner, abarata muchísimo el proceso respecto del offset, al evitarse pasos intermedios como la filmación, la creación de películas/fotolitos, la fabricación de planchas metálicas... Sin mencionar el gasto adicional que supone trabajar con las gigantescas máquinas offset de cuatricromía (es decir, para color), cuyo consumo eléctrico, mantenimiento y limpieza contribuye a desorbitar la factura. En consecuencia, el sistema digital resulta perfecto, y sobre todo, rentable (o menos gravoso), para tiradas reducidas. Incluso a todo color, como es el caso de CINE-BIS y sus más de doscientas cincuenta imágenes, entre fotografías, muchas inéditas, y carteles de películas.
Me excusará el lector este paréntesis tecnológico/financiero; aun así necesario, pues explica el factor "oportunidad" que ha pesado a la hora de valorar y aprovechar el momento preciso que las nuevas técnicas de impresión han brindado para sacar a la luz CINE-BIS.



TEXTOS EN BUSCA DE AUTORES

Una vez tomada la decisión de crear el nuevo fanzine, y tras definir su espíritu y enfoque, el resto fluyó con relativa rapidez. La confección del sumario para este primer número me permitió barajar multitud de temáticas afines a mis gustos, aun así un abanico de opciones virtualmente infinito: imaginaos las posibilidades que ofrece cada género, no sólo en cuanto a temas, también respecto a películas, cineastas, actores, actrices, épocas, movimientos. Mediante la indispensable escaleta, desplegada frente a mí, en la pared, pinchada sobre el tablero de corcho, cambiaba, añadía, resituaba posibles artículos, dossieres, estudios, análisis, entrevistas, identificados cada uno con su correspondiente color, buscando el equilibro de contenidos, la variedad de materias... Hasta configurar el sumario que actualmente nutre el número inaugural de CINE-BIS.
La elección de escritores constituyó, como es natural, un capítulo ciertamente delicado. Invité a participar en esta nueva aventura no sólo a profesionales ya habituales de QUATERMASS, caso de Carlos Aguilar, Pablo Fernández, Ángel García Romero o Pablo Herranz, grandes personas a cuyo talento y estrecha amistad tanto debo; quise así mismo incorporar en las páginas de CINE-BIS nuevos valores cuya labor en la blogosfera o en publicaciones ajenas hubiese destacado por su interés: en este sentido, no dudé en invitar a Fernando Rodríguez Tapia, pues su blog The Jamaa Fanaka Experience, especializado en cine afroamericano, le convertía en firme candidato para afrontar el dossier dedicado al Blaxploitation. De igual modo, contar con Adrián Sánchez, alma mater del excelente blog Esbilla Cinematográfica Popular, y a quien ya había convocado para el volumen Bolsilibro & Cinema Bis (2012), me pareció una ocasión estupenda de volver a disfrutar con sus brillantes capacidades.
De este modo, el sumario quedó definido y asignado.



CINE DE GÉNERO ALREDEDOR DEL MUNDO

CINE-BIS, como proyecto enteramente personal, y de igual modo que QUATERMASS, me ha permitido encargarme de nuevo del proceso de diseño y maquetación, trámite creativo que me satisface de manera muy especial: desde la selección del material gráfico, en gran parte proveniente de mi archivo personal, hasta la disposición de los elementos en la página, pasando por la elección de las tipografías, los colores, etc., ha supuesto para mí un disfrute particular, buscando, por supuesto, optimizar el formato elegido (15 x 21 cm., o sea DinA5). No digamos ya el diseño de la mancheta o título de la publicación, CINE-BIS, con la que he establecido una sencillez de formas, a la vez rotunda y retentiva, evocadora en su limpieza de líneas del mundo del espectáculo merced a las "bombillas" que iluminan el cuerpo de cada letra. Así mismo me pareció más que oportuno incluir bajo la mancheta la leyenda que identifica el espíritu de la publicación: "Cine de género alrededor del mundo". Y en cinco idiomas: español, italiano, inglés, francés y alemán. Remarcando de este modo la universalidad y el aroma cosmopolita del cine al que consagro mi nueva criatura.
En conjunto, el efecto estético de CINE-BIS se acoge a la sobriedad y huye del barroquismo en favor de la limpieza de líneas y la claridad visual, con el ánimo de no entorpecer ni la lectura ni la contemplación del material iconográfico. Dentro, claro está, de las restricciones de espacio a que obliga el pequeño formato.



DESGLOSANDO EL SUMARIO

Como señalo en el Editorial de este primer CINE-BIS, «abro el abanico para abarcar, de la mano de reconocidos escritores, el cine de género alrededor del mundo y de todas las épocas. De hecho, en este número inaugural están presentes países como Estados Unidos, Filipinas, Italia, España, Checoslovaquia y Francia. Oriente y Occidente [...] intentando aunar el cine más freakie con el de calidad, desde el trash hasta el arte y ensayo, con todas las gradaciones intermedias que pueblan ambos extremos».
Para empezar, comenzamos con la primera parte de un extenso repaso a la historia y artífices del cine afroamericano en su variante más popular, titulado "Blaxploitation. Pólvora negra en Hollywood", a cargo del mencionado Rodríguez Tapia y donde, tras repasar los orígenes de la modalidad y la importancia de pioneros cineastas y estrellas como Oscar Micheaux, Melvin Van Peebles o Sidney Poitier, surgen impactantes títulos del calibre de Algodón en Harlem (Cotton Comes to Harlem, Ossie Davis, 1970), Las noches rojas de Harlem (Shaft, Gordon Parks, 1971), Superfly (Super Fly, Gordon Parks Jr., 1972), Pánico en la calle 110 (Across 110th Street, Barry Shear, 1972), Detroit 9000 (Arthur Marks, 1973), El padrino de Harlem (Black Caesar, Larry Cohen, 1973), Comando antidroga (Gordon's War, Ossie Davis, 1973), Doble juego (The Take, Robert Hartford-Davis, 1974) y muchos más, protagonizados por actores de imponente presencia como Jim Brown, Richard Roundtree, Ron O'Neal, Bernie Casey, Jim Kelly, Fred Williamson...



Acto seguido, un servidor firma "The Horror of Blood Island: una introducción al cine fantástico filipino", deteniéndome de manera especial en la pionera etapa dominada por Gerardo de León y Eddie Romero mediante sus truculentas y enloquecidas La isla del terror (Terror Is a Man, 1959), Las novias del monstruo (Brides of Blood, 1968), Mad Doctor of Blood Island (1969), Beast of Blood (1971), Beast of the Yellow Night (1971), The Twilight People (1972), Beyond Atlantis (1973)... sin obviar los orígenes del fantástico filipino a manos de José Nepomuceno y otros cineastas, la incidencia de la invasión japonesa durante la segunda Guerra Mundial, la influencia estadounidense en la ciencia-ficción del país...
Carlos Aguilar, por su parte, contribuye con dos entrevistas exclusivas de alto voltaje: nada menos que al legendario director italiano Fernando di Leo y a la mítica actriz Helga Liné. El primero, artífice de expeditivos clásicos del poliziesco tan justamente célebres como Milán, calibre 9 (Milano calibro 9, 1971), Nuestro hombre de Milán (La mala ordina, 1972) o Secuestro de una mujer (Il boss, 1973), se confiesa a lo largo de una conversación impactante, y a quien Aguilar, en su prólogo define con estas palabras: «Fue además todo un personaje, inmodesto en la vida y visceral en la obra, centrado en sí mismo, nada diplomático, para quien el adjetivo "políticamente incorrecto" se quedaba corto». Así mismo, Helga Liné, "pérfida y señorial", como reza el título de la entrevista, responde con elegancia las cuestiones del autor quien con acierto la define como «una figura de culto entrañable para los apasionados del cine de género europeo», merced a «una imagen característica, gélidamente sensual y fantasiosamente aristocrática, a menudo cargada de cierta ironía, o autoironía». Afincada hoy en Argentina, y retirada de la profesión desde hace casi una década, por añadidura resulta especialmente difícil contactar con la actriz pues rehuye por completo la vida pública. Es, pues, un orgullo ofrecer a los lectores esta charla con la gran Helga Liné, quien no duda en evocar, a veces con cariño, otras con acritud, compañeros de reparto o cineastas como Peter Cushing y Christopher Lee, Paul Naschy y Amando de Ossorio, Alberto De Martino y Barbara Steele...



A continuación Pablo Herranz, en su texto "En los albores del Poliziesco: el Dueto Siciliano de Leonardo Sciascia", destaca las adaptaciones cinematográficas que de sendas novelas de este escritor se llevaron a cabo en Italia a finales de los 60, A cada uno lo suyo (A ciascuno il suo, Elio Petri, 1967) y El día de la lechuza (Il giorno della civetta, Damiano Damiani, 1968), dos aproximaciones al sangriento fenómeno de la Mafia, que a su vez implican los dos diferentes trayectos que desde ese momento iba a emprender la modalidad: el film denuncia en su vertiente más comercial, a partir del título de Damiani, y una vía «con mayor carga ideológica, colindante con el cine político», en línea con la obra de Petri.
El siguiente artículo, "Ni una brizna de hierba: la ciencia-ficción apocalíptica USA de los años 70", ofrece, a cargo de Ángel García Romero y como su mismo título indica, una semblanza del pesimista cine de anticipación estadounidense durante la referida década, consagrado a negar toda posibilidad de futuro para la raza humana. Sustentada esta corriente en cuatro elementos fundamentales (como indica el autor: la falta de recursos naturales, el interés por la preservación de la naturaleza, el problema de la violencia generada por la inseguridad ciudadana y la irrupción de algún tipo de bacteria mortal), el cine no tardó en reflejar tales preocupaciones bajo un prisma fantacientífico: Contaminación (No Blade of Grass, Cornel Wilde, 1970), El último hombre... vivo (The Omega Man, Boris Sagal, 1971), Naves misteriosas (Silent Running, Douglas Trumbull, 1972), Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, Richard Fleischer, 1973), Sucesos en la IV Fase (Phase IV, Saul Bass, 1974), entre otros títulos emblemáticos, son estudiados al efecto, no sin antes repasar los antecedentes que en años previos preparaban ya esta eclosión.



La intervención de Adrián Sánchez se traduce en un análisis de la inquietante cult movie El incinerador de cadáveres (Spalovac mrtvol, 1968), dirigida por Juraj Herz y en su momento premiada en Sitges. Uno de los largometrajes más extraños, fascinantes e inclasificables de su época, conserva hoy todo su mórbido magnetismo, impregnado de una macabra atmósfera luctuosa y un no menos alucinante humor negro, negrísimo, donde tienen cabida tanto la alegoría política como la plasmación onírica de las criminales fantasías de un demente. Una obra maestra, hoy injustamente olvidada, que este texto recuerda y reivindica con acierto.
El donostiarra Pablo Fernández firma, por su parte, un estudio sobre el cineasta francés Alain Corneau, a quien se deben un puñado de excelentes filmes policíacos (Polar se denomina el género en el país vecino) que el autor destaca por su «enfoque a medio camino entre la tradición melvilliana y la aclimatación del thriller americano de los 70». Corneau, de filmografía breve pero ecléctica, pues ha cultivado también la comedia, el drama, el cine de aventuras, el documental..., será siempre recordado por títulos magistrales dentro del cine negro francés, por lo común interpretados por el gran Yves Montand: Policía Python 357 (Police Python 357, 1976), La amenaza (La menace, 1977), Le choix des armes (1981)...



Y para cerrar el sumario de este primer CINE-BIS, he querido homenajear el siempre apasionante universo del fandom entrevistando a David García, fundador y director desde 1998 del emergente fanzine Monster World. Como indico en la entradilla, inicio así una serie de charlas con los sufridos faneditores «cuya labor, siempre esforzada e ilusionante, en todo caso valiente y valiosa, ha surtido de maravillosos fanzines cinematográficos las últimas décadas». Al fin y al cabo nunca olvido que QUATERMASS, y ahora CINE-BIS, surgieron como fanzines y con orgullo reivindico tan nobles orígenes.
Doy, pues, la bienvenida a los lectores y a todo amante del Cine a esta nueva aventura editorial llamada CINE-BIS. De tirada limitada y por ahora venta exclusiva por correo (es decir, que en principio no podrá localizarse en tiendas), invito a todos los interesados a indagar en sus páginas y sumergirse en los artículos y entrevistas que dan cuerpo a este proyecto, ya una realidad. Para cualquier información sobre cómo adquirir CINE-BIS, no dudéis en escribir a esta dirección: quatermass@hotmail.com.
Mientras tanto, a vuestra disposición queda nuestro trabajo, mediante esta vocación por transmitiros los conocimientos que desde siempre hemos querido compartir. Mil gracias, amigos, por participar con nosotros de este amor inquebrantable por el CINE (con mayúsculas).



martes, 20 de agosto de 2013

EL ILUSIONISTA

Ahora que la tecnología digital abruma en cada nuevo filme de animación estrenado, ya sea Pixar, Disney o Dreamworks, sorprende, y agrada, la vocación clásica de un título como El ilusionista (L'illusionniste, Sylvain Chomet, 2010), y no sólo por recuperar la animación convencional, con su calidez característica, también por convertir en protagonista al legendario Jacques Tati, un cartoon humano en sus propias producciones cinematográficas, y por arriesgarse con una tierna historia no carente de tristeza y nostalgia y alejada del trepidante actioner en que se ha convertido el antiguo cine "de dibujos animados". Encantado con El ilusionista traigo aquí a colación este texto que publiqué previamente en el nº 19 de Revista de Cine (UNED, Soria, 2012).



EL ILUSIONISTA (2010)
LA OTRA HIJA DEL MAGO 

La labor del crítico de cine consiste en orientar al espectador y formarle mediante los conocimientos que aquel atesora tras años de estudio y experiencia. Para lo cual, una parte importante de la opinión del profesional reside en contextualizar el objeto de análisis. En el caso de El ilusionista este cometido resulta especialmente controvertido, pues destapa uno de los secretos familiares mejor guardados por el cineasta galo Jacques Tati (1907-1982), autor del guión original en el que se basa este film dirigido por su compatriota Sylvain Chomet años después de haber sido escrito.


En 1959 Tati gana el Oscar a la mejor película extranjera con Mi tío (Mon oncle, 1958), una de las diversas obras maestras que jalonarán su breve filmografía como director. Se halla, pues, en la cumbre de su atípica carrera, reconocido y laureado a nivel mundial merced al extraño humor que destilan sus películas, vehículos mediante los cuales observa perplejo el devenir ridículo de una sociedad absurda. En esos años, sin embargo, el antiguo negocio del show business, con el music hall a la cabeza (entorno artístico del que procedía el propio Tati) cede ante el impulso de la nueva cultura de masas: irrumpe el rock and roll, cambiando la visión del entretenimiento, y todo lo anterior queda relegado al olvido. Es decir, el concepto previo del espectáculo, ejercido sobre las tablas durante décadas, en cafés y teatros, comienza a desaparecer bajo el influjo de la modernidad. Tati, entristecido por esta circunstancia, escribe un guión donde refleja su nostalgia de los "buenos tiempos", aquellas épocas en las que los artistas fascinaban a niños y mayores con su espectáculo de variedades. Libreto que, por diversas razones, no se lleva a la pantalla.


Mas Tati esconde un secreto: muchos años atrás, en la Francia ocupada de la II Guerra Mundial, ha tenido un romance con su partenaire artística, Herta Schiel, con quien comparte escenario en el Lido de París. El fruto de esta relación es una hija, para cuya paternidad el entonces joven actor no se siente preparado. Insta así a firmar a la madre un documento que le libere de toda responsabilidad sobre el retoño, ofreciéndole a cambio a la mujer una suma de dinero. El contrato se consuma. Pero la noticia trasciende el ámbito de lo privado y, ante la repulsa de sus compañeros de gira, Tati decide huir ocultándose en Berlín durante algún tiempo. A su regreso a Francia el fugitivo rehúye las capitales y ejerce su arte en provincias, hasta que todo se olvide.
Pero su hija, Helga Marie-Jeanne Schiel, cuya madre muere, vive un calvario que la lleva hasta un orfanato en el norte del continente africano. Durante años intenta contactar con su padre, sin éxito. Tati, mientras tanto, alcanza la fama y resulta inaccesible. Al poco de abandonar a Herta se ha casado con Micheline Winter y tiene ya dos hijos, Sophie y Pierre, su familia oficial.


Pues bien, aquel guión que nunca llegó a ver la luz fue entregado por la hija legítima del cineasta a Sylvain Chomet, cuando éste la visitó con idea de solicitar su permiso para incluir una secuencia de Día de fiesta (Jour de fête, 1949), primera película de su padre, en su opera prima, el film de animación Bienvenidos a Belleville (Les triplettes de Belleville, 2003). A raíz de este contacto, ambos, Chomet y Sophie Tatischeff (apellido real de Tati), fabularon con la posibilidad de convertir en imágenes aquel libreto de 30 páginas repleto de descripciones y sin apenas diálogos, que narraba la especial relación de afecto surgida entre un antiguo mago de vaudeville y la humilde muchacha que le acompañará en sus últimas actuaciones. «Sophie no quería que fuera una película con actores, porque no le gustaba la idea de un actor de carne y hueso "pasando" por Tati. En cambio, hacerla en animación le pareció perfecto» (1), comentaría Chomet. No obstante, la amable hija del genial cineasta fallecería cuatro meses después. Y siete años más tarde El ilusionista vería la luz. Sophie siempre pensó que aquella adolescente triste e ingenua protagonista del guión paterno era un reflejo de ella misma y la forma en que su padre quiso pedirle perdón por desatenderla durante sus interminables rodajes. Sin embargo, ¿no es más hermoso imaginar que la jovencita protagonista fuese la hija abandonada, y que el texto surgiese del remordimiento y la pena que el cómico hubiera podido sufrir durante décadas? Según los hijos de la desaparecida y nunca reconocida Helga así sería, y en enero de 2011, poco después del estreno de la película, se manifestaron en este sentido molestos al comprobar que el film se hubiera dedicado a la memoria de su "tía" Sophie Tatischeff...


Como indicaba al principio, contextualizar es, en este caso, importante, pues El ilusionista cobra un nuevo significado a la luz de tan amarga historia. ¿Quién es realmente la muchacha huérfana que trabaja en la humilde pensión donde se aloja el mago en horas bajas, y a quien este termina tratando como a una hija, escapando ambos para vivir los rigores del invierno del music hall?
El ilusionista es mucho más que un sombrío melodrama con tiernas dosis de humor puesto en imágenes mediante técnicas clásicas de animación, pues Chomet ha adecuado su película (a partir de un grafismo delicado, cálido, evocador, conscientemente alejado del marchamo tecnológico a lo Pixar) al estilo particular del cine de Tati, surgiendo de este modo un intenso homenaje al cineasta, tanto en el contenido como en la forma: «Me puse a revisar su obra, película por película, con idea de analizar su estilo en detalle [...]. El estilo de Tati es inconfundible y bien conocido. Cámara fija y a distancia, grandes encuadres, la lente colocada a una altura menor a dos metros, de tal manera que los pies de los actores suelen aparecer en cuadro. Es un estilo que por sus características remite tanto al teatro como a la pintura» (2). Y sin obviar algo que resulta fundamental en la obra de Tati, la utilización de sonido y diálogos fundiéndolos en un todo diegético donde la gestualidad sustituye a la palabra: «Aquí la incomunicación es bien concreta, ya que el mago y la niña hablan idiomas distintos. Encima, ella ni siquiera habla inglés, sino gaélico. Así que el diccionario de bolsillo con el que el mago anda de aquí para allá no le sirve de mucho. Dada esta complicación de lenguaje, encaré la película como si se tratara de un musical» (3).
Todo ese derroche de sensibilidad (que no sensiblería, de la que huye, como el propio cine de Tati), ¿hallará en los encallecidos públicos de hoy en día su destinatario adecuado? En cualquier caso, conocer la obra del inmenso Jacques Tati, ahora que está disponible en formato DVD, se antoja vital para comprender muchas de las claves de esta película.
Y háganme un favor: repasen el magnífico estudio que Ángel García Romero le dedicó al cineasta en el nº 13 de la estupenda publicación Revista de Cine (UNED, Soria, 2006).



Notas
1.- Michel Brocca: entrevista a Sylvain Chomet en www.pagina21.com (23-12-2010).
2.- Op. cit. nº 1.
3.- Op. cit. nº 1.

EL ILUSIONISTA (L'illusionniste, 2010)
Francia / Reino Unido. 80 minutos
D: Sylvain Chomet. P: Sally Chomet y Bob Last para Django Films, Ciné B y France 3 Cinema. G: Sylvain Chomet, adaptado del guión original de Jacques Tati. M: Sylvain Chomet. Mo: Sylvain Chomet. Dis. prod.: Bjarne Hansen.
CAST (voces): Jean-Claude Donda (Tatischeff, el ilusionista), Eilidh Rankin (Alice), Duncan MacNeil, Raymond Mearns, James T. Muir, Tom Urie, Paul Bandey.