martes, 29 de enero de 2013

LA CIUDAD VESTIDA DE NEGRO

Acabo de hacerme con este esperadísimo libro que reúne numerosos relatos de "terror urbano", tan pronto escorados hacia la narrativa negra o policial como sumergidos en el horror más o menos sobrenatural. Al parecer, la idea de esta antología surgió en el transcurso del certamen Getafe Negro, como propuesta del editor Javier Ortiz hacia David G. Panadero, promotor de la estupenda revista Prótesis, publicación consagrada al crimen en su modalidad literaria. El resultado es este volumen en el que participan diversos amigos míos y conocidos, que raudo he leído y a continuación comento. El propio Panadero, desde la solapa del libro, se hace eco de las intenciones del proyecto: "Por más que pasen los años, sigo sintiendo un extraño placer ante la emoción del miedo. Y ese placer se incrementa cuando el miedo surge del absurdo de la vida cotidiana, de la vida en la ciudad. Del aquí y del ahora. Estáis a punto de descubrir el terror urbano: veinte disparos a bocajarro que os demuestran que lo inesperado puede surgir a la vuelta de la esquina, desde la tranquilidad de las calles, en la comodidad de los hogares...".


LA CIUDAD VESTIDA DE NEGRO

UN PAR DE REFLEXIONES PREVIAS
Qué emoción tan enorme tener entre las manos una antología de relatos, disciplina narrativa que, de manera especial, me interesa merced a la diversidad de estilos y variedad de propuestas argumentales. Por lo tanto, he acogido con agrado este libro que publica la madrileña Editorial Drakul y coordina David G. Panadero, cuyo título, sugestivo, anticipa excitantes promesas: La ciudad vestida de negro. Ojeo el índice y constato la presencia de buenos escritores, en mixtura generacional que aglutina, back to back, veteranos y jóvenes, en número que asciende a veinte, uno por relato (1). La premisa común, como señala Panadero, es el miedo, el terror, la inquietud que anida en ese entorno prosaico que denominamos "urbano".
Uno de los autores convocados, Esteban Gutiérrez Gómez, en su abierta defensa del relato como pieza insustituible del andamiaje literario, con anterioridad ya había manifestado que «El cuento es un género narrativo mayor, quizá el más complejo en su elaboración a pesar de su aparente sencillez, y que requiere de una excelente precisión técnica para lograr que en el lector surja el efecto deseado. El cuento es corto por definición, y muy intenso. [...] Es el género literario más acorde con el actual mundo, presuroso y alocado. Y lo es por dos motivos. Primero, por su minimalismo intrínseco. Y, segundo, porque en su interior guarda una bomba intelectual» (2). Nada que objetar, al contrario. La fascinación que despliega en el lector este formato se beneficia, en efecto, de la brevedad y la concisión, elementos que potencian la intensidad del resultado en virtud de la pericia del correspondiente autor.
Esa heterogeneidad a la que he aludido, y de la que pocas antologías escapan, propicia también desequilibrios, irregularidades y curvas de interés más o menos acentuadas. Lo que, para entendernos, proviene de la convivencia, forzosa, entre buenos y malos relatos. Y tampoco La ciudad vestida de negro es, en este sentido, una excepción.


EXCELENCIA LITERARIA
El libro atesora un puñado de magníficos trabajos, buen número de interesantes cuentos y otros tantos cuya inclusión decepciona y extraña. Pero empezaré por aquellos que me han resultado mejores, incluso con diferencia. Valorando, con especial énfasis, conceptos tales como "ritmo", "concisión", "estilo" y, como es natural, "entretenimiento".
No me sorprende el óptimo esfuerzo de Fernando Cámara, firmante de La bici amarilla. Se nota su formación y experiencia como guionista, pues el relato está estructurado en secuencias, cada una de las cuales concluye con un oportuno golpe de efecto. Técnicamente intachable, escrito de forma directa, sobria, escuetamente descriptiva, capta bien el interés mediante un ritmo ascendente e invita a visualizarlo en imágenes. Una historia de paranoia urbana, paulatinamente oscura, que conforme avanza juega la baza de la incertidumbre.
Sí me ha sorprendido, para bien, la labor de Anita Haas, autora de quien apenas había leído algunos artículos de temática cinematográfica; por esta razón, Angie hace una amiga de verdad me ha parecido extraordinario, pues con maneras sencillas, nada alambicadas y de progresión impecable, transmite un ingenioso torbellino de vértigo y angustia desde una situación normalísima. Y además manejando el tan querido tema del doble o la presencia "espectral" con intrigantes dosis de ambigüedad (¿locura, realidad?), a partir de algo tan perturbador como el uso de las redes sociales como puerta hacia realidades alternativas. Una filigrana.
Notable, así mismo, se me antoja El reto de matar, de David Jasso, articulado en torno a varios giros dramáticos o requiebros argumentales planteados con suma destreza, mediante un estilo directo y eficaz. Cuenta, además, con un pequeño e inesperado crossover con el relato de Fernando Cámara (ese ciclista que pedalea sobre la bici amarilla, y cuya rodilla sangra). Oferta así Jasso tres posibles crímenes en la noche urbanita, entrelazados por el más puro azar.


Apasionantes, también, se revelan los trabajos de Santiago Eximeno y Rubén Sánchez Trigos, respectivamente En tus brazos y La lluvia. El primero juega con la dilatación del suspense y la confirmación de unos hechos que el lector comienza, con pavor, a intuir. Escrito con habilidad, desazona tanto por la angustiosa situación que se va perfilando como por ese demoledor desenlace que implica pasividad ante un suceso monstruoso. La lluvia, por su parte, sugiere un horror difuso que mucho tiene de lovecraftiano y cuya atmósfera parece evocar ciertos logros del cineasta John Carpenter. Excelente cadencia y logrado crescendo, con un final no por esperado menos escalofriante y donde la lluvia emerge como elemento singular, un poco en la línea de la novelette de Stephen King La niebla, dentro de esa variante genérica en la cual los fenómenos naturales significan portales a un espanto indefinido pero apocalíptico.
Por fin, y dentro de este bloque de relatos sobresalientes, consigno el firmado por Carlos Aguilar, cuyo estupendo título, Nunca es tarde si la bala es buena, anticipa, con humor, los contenidos. Francamente divertido, y a la vez enfermizo, por su finura a la hora de mezclar obsesión cinéfila, de exquisito gusto, con paradigmas de la intriga criminal (el killer y sus rituales, la venganza...), denota conocimiento bien asimilado de la materia. Y todo apoyado en un ritmo fluido y un agudo sentido del humor negro muy bien integrado en la cotidianidad. Una obra insólita, ciertamente atípica, gracias al sentido de la ironía que despliega Aguilar.


BUENOS E INTERESANTES
Sostenía la gran autora estadounidense Flannery O'Connor que «Un cuento es una acción dramática completa, y en los buenos cuentos los personajes se muestran por medio de la acción, y la acción es controlada por medio de los personajes [...] En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas» (3).
Por eso, y a partir de este punto, detecto en el resto de trabajos una tendencia hacia lo discursivo mediante reflexiones diversas de los autores, por lo común sobre la actualidad, imagino que con la pretensión de enmarcar la acción en unos parámetros concretos y reconocibles, cuya obviedad, sin embargo, resta efectividad al conjunto perdiendo en concreción. Así, los escritos se elevan según las acciones ganan terreno a las introspecciones; la propia acción, como afirma O'Connor se basta para definir los personajes y sus circunstancias interiores, con la dosis justa de elementos psicologistas.
Mire, Señoría, de Manuel Nonídez, comienza como la columna de opinión del suplemento dominical de un diario, la firma invitada que reflexiona sobre temas candentes. Hasta conformarse en la confesión de un padre que busca venganza. Alcanza entonces el texto gradual intensidad y el preámbulo "periodístico" cobra pleno sentido dramático.
Interesante relato de terror casi metafísico es el que oferta el citado Gutiérrez Gómez, En la otra dirección, cuyo inicio parece recrear a Cortázar (a quien se cita de manera expresa), sobre todo en la sucesión de descripciones; su concatenación logra la fórmula en la que surge, de improviso, la presencia del mal personificada en uno de los sujetos que viaja en el tren. Posee el relato un final conseguido e inquietante, cuya imagen última, casi una recreación de esos planos impactantes del moderno cine de horror oriental, permanece en la mente del lector.
Universos paralelos, por su parte, se erige en un eficaz y atmosférico laberinto que juega con el estándar del extranjero en tierra extraña, perdido en la noche. Goza el texto de un sutil sentido del humor proveniente de la perpleja desesperación del protagonista, mientras David Roas, autor especializado en literatura fantástica, introduce guiños cinéfilos mediante la oportuna referencia a Rod Serling (maestro de los universos paralelos y/o alternativos) y la frase que el gran Lon Chaney hizo célebre hace casi un siglo, "There's nothing funny about a clown in the moonlight" (evocada igualmente por el novelista Robert Bloch en el título de uno de sus ensayos, The Clown at Midnight).
Alejandro M. Gallo recurre a un tono poético, por lo general acertado (salvo algún cliché: "Las caricias de las olas en mis pies antes de suicidarse en las arenas"), para afrontar su meritorio Verso atragantado. Es complicado mantener de continuo un énfasis lírico/onírico sin signos de desgaste y sin extenuar al lector, pero tampoco es desdeñable el esfuerzo cuyo fruto ha generado este particularísimo acercamiento a la literatura negra.
Cuatro cuentos que aun dentro de sus imperfecciones, alcanzan interés y agradan.


AUTORES DE PESO
Los diez textos restantes, en su calidad más discutible, mueven a la perplejidad y el desconcierto, pues entre ellos se hallan los firmados por los más veteranos, incluso consagrados, autores, Juan Madrid, Andreu Martín, Juan José Plans, Carlos Pérez Merinero, Lorenzo Silva y Alfonso Sastre, de quienes se esperaban trabajos de una altura acorde a su prestigio. Sin embargo, no ha sido así, destacando por encima del resto Cuidado con equivocarte, de Madrid, relato ortodoxo con las constantes de la novela negra: detectives privados, la noche, personajes acabados, corrupción, dinero sucio, asesinato, traición... Sordidez, en suma, servida con acento seco y conciso para esta miniatura que condensa con gracia las claves genéricas de la narrativa policial.
Andreu Martín factura Cuando yo no estaba, un trabajo menor que destina páginas a describir el oficio de escritor, argucia que funciona para alcanzar la extensión requerida. Con modos epistolares, se trata de un liviano entremés para ir entrando en materia con ligera ironía y suave humor, mas no cala en el ánimo del aficionado. Como tampoco Sonsoles está triste, incómoda (por indigesta) crónica de una frustración sexual en clave paródico-grotesca, que imagino ambientada en la década de los 70, a juzgar por las múltiples referencias literario-cinematográficas que vierte su autor, Juan José Plans. Por cierto, dudo mucho que Susana Estrada, precisamente, y tal como en jocunda referencia se menciona en el texto, llegase a ruborizarse viendo las cintas pornográficas de la protagonista.
Intranquilo me he sentido leyendo la fábula firmada por Lorenzo Silva, Irina y el flautista, no por sus logros, sino merced a su acabado ostentoso, innecesariamente hermético. Más bien parece un trabajo de juventud, con toda la carga de pretenciosidad que los más noveles autores despliegan para impresionar. Por lo general de escaso interés salvo para ellos mismos.
Inaudito, en cualquier caso, aunque en diferente medida, es el texto (no me atrevo a llamarlo "relato") que cierra el libro, debido a la pluma del gran Alfonso Sastre. ¡Qué sabemos! amigos míos... ¡Qué sabemos! se titula y pasaría por la transcripción de una clase de literatura destinada a alumnos concienciados. Pero que en el corpus del libro no termina de hallar su espacio e invita, urgente, a la huida.
No obstante, el caso más triste sin duda corresponde a las letras de Carlos Pérez Merinero, admirado autor que falleció durante la confección de este volumen. Estamos, por lo tanto, frente a su creación póstuma, Lo que suele ocurrir por atracar bancos sin hacer cursos previos de filosofía. Lo mejor que puedo decir, y con pesar, es que se trata de un chiste sin gracia, un fárrago con aspiraciones de absurdo que se lee por puro completismo. Lejos queda ya el inspirado y querido autor de espléndidas novelas como El ángel triste o Días de guardar.


En cuanto a Así empiezan las peleas (David G. Panadero), El día menos pensado (Pedro de Paz), Recursos humanos (Francis P. Fernández) y Compro oro (Javier Quevedo Puchal), con sus aciertos parciales, algunos brillantes, tampoco se sitúan entre lo más granado de esta antología, aun sin ser en absoluto desdeñables, pues atesoran diversas virtudes que conviene destacar. Así, Panadero describe una situación (una pelea que se prolonga noche tras noche) en apariencia de carácter simbólico, cuyo más extenso desarrollo hubiera beneficiado al relato (y aquí coincido con la opinión expresada desde su blog por Santiago Eximeno). Pedro de Paz demuestra soltura y seguridad en la narración, mas lo exiguo, incluso tópico de la anécdota (final "sorprendente" incluido) pesa demasiado para equilibrar la balanza. Francis P. Fernández desarrolla una curiosa historia en torno a las neurosis sociales, laborales, económicas que atenazan al ciudadano. Pero su ficción pierde fuerza cuanto más se aleja de la acción y se sumerge en las elucubraciones de los personajes, que por su obviedad crean una distancia en la implicación del lector. Finalmente, Javier Quevedo Puchal interesa cuando se desatan los elementos sobrenaturales; el resto son circunloquios acerca de la vida, el amor, el desamor, la crisis... La parte fantástica brota con fuerza, pero se desgaja en exceso del meollo de la historia (la mujer que abandona endeudado a su marido) y por lo tanto se resiente su coherencia interna.
Demuestra, desde luego, este libro, la dificultad que entraña la escritura de un cuento. No es labor baladí. Ni tampoco cuestión de minusvalorar el oficio de escritor, como frívolamente, y por pura provocación, se aventura a sentenciar Gonzalo Suárez: «Lo que yo prefiero de los relatos, como género, es su brevedad. La vida es demasiado corta para escribir novelas largas. Me produce tristeza pensar en esos escritores que no tienen nada mejor que hacer. Esa fue una de las razones por las que me pasé al cine» (4).
El balance final de este volumen no es negativo. Pues el libro, como obra homogénea, como muestra global y azarosa de diferentes orígenes y dispares plumas, posee interés indudable. Las distintas calidades conforman una montaña rusa de fantasías insólitas, de historias cuando menos apetecibles, aun desiguales, cuyo marco, la gran ciudad, los bloques de edificios, las aceras húmedas, las farolas en ocasiones ciegas y cómplices de la noche, la lluvia sin alma, el asfalto pétreo e insensible, acogen ese puñado de personajes perdidos, al borde mismo del precipicio. Estas virtudes, inquietantes y familiares para quienes a diario aspiramos  smog, crispación y tensión urbana, impregnan con entusiasmo las veinte propuestas de La ciudad vestida de negro.

Notas
1.- Aunque entiendo lo que se pretende con el look de la portada, como escritor, también en mi calidad de diseñador gráfico y editor, yo hubiera consignado en la cubierta el nombre del coordinador y en la contraportada mencionado al resto de autores, por ejemplo en orden alfabético. Así se evitaría cierta incómoda sensación de agravio comparativo entre unos y otros, desperdigados como están entre portada y contraportada.
2.- Esteban Gutiérrez Gómez: Manifiesto por el cuento (Carta abierta a todas las publicaciones periódicas), en Al otro lado del espejo. Narrando a contracorriente (Ediciones Escalera, Madrid, 2011).
3.- Flannery O'Connor: de su ensayo El arte de escribir cuentos, incluido en Misterio y maneras. Prosa ocasional (Ediciones Encuentro, Madrid, 2007), pág. 101.
4.- Gonzalo Suárez: Relatos (Caja de Ahorros de Asturias, Oviedo, 1989), pág. 8.

domingo, 20 de enero de 2013

PATTY SHEPARD. THE GIRL WITH DEEP BLUE EYES (parte II)

He aquí la segunda mitad de este artículo consagrado a Patty Shepard que a raíz de su fallecimiento, ocurrido el 3 de enero pero hecho público el día 9, he escrito con ánimo de recordar la trayectoria, humana y artística, de tan particular y querida actriz. La localización de datos no ha sido fácil, habida cuenta de la escasa información que sobre ella existe publicada; mas esta previa etapa de investigación y búsqueda me ha resultado apasionante, pues me ha permitido zambullirme en una época de nuestro cine especialmente atractiva. A la primera entrega, agregada a este blog el pasado 14 de enero, añado ahora la conclusión, que he redactado con respeto a su memoria, pero sin obviar determinadas consideraciones acerca de su decurso vital y profesional. Quiero así mismo agradecer a Carlos Aguilar, amigo de Patty y de su marido Manuel de Blas, algunas oportunas matizaciones que me han sido muy útiles para afrontar la versión definitiva de este texto.


PATTY SHEPARD. THE GIRL WITH DEEP BLUE EYES
Segunda parte

STEFANIA Y LAS BRUJAS
Con sólo 27 años Patty Shepard ya despliega una filmografía considerable, de más de 20 títulos. En 1972 se halla en el cénit de su carrera, y tras un drama romántico sin mayor interés, Timanfaya (1972, José Antonio de la Loma), interviene en una estupenda película de Tonino Valerii, la hispano-italiana Sumario sangriento de la pequeña Stefania. Rodado en plena eclosión del Giallo, e inscrito en esta tendencia, el film brinda a Patty un papel de maestra de escuela, sencilla y modesta, que borda con suma eficacia (el instante en que al llegar al domicilio se desnuda mostrando los pechos es, claro, depurado por la Censura en la versión española), a la par que constituye su brutal asesinato mediante sierra eléctrica uno de los más recordados momentos de tan lograda y atmosférica película. El propio Valerii, tiempo después, describía con orgullo el rodaje de esta escena: «La hoja redonda y dentada fue reemplazada por una idéntica pero de papel de plata. La bata que vestía Patty Shepard fue cortada con una hoja de afeitar y los dos bordes unidos por la parte interior con celo al que atamos un hilo. La Black & Decker llevaba un vaporizador escondido bajo el interruptor, oculto en la mano del operario. Apenas la falsa hoja se acercaba a la bata, en perfecta sincronía un hombre tiraba del hilo desprendiendo el celo, la actriz con un leve movimiento abría aún más el corte de la prenda y en el mismo instante el vaporizador salpicaba la sangre por todas partes. El efecto era sobrecogedor: al terminar, Patty, en pleno ataque de histeria, siguió gritando y no paró hasta que le endosé un terapéutico bofetón» (8). Aparte de estas atenciones peculiares de Valerii, le cabe, además, el honor a la actriz de ser la protagonista absoluta del magnífico póster italiano.


Un viejo conocido contacta entonces con ella: Raúl Artigot la reclama para un papel protagonista en su debut como director, una historia de brujería en la coetánea España profunda cuyo guión ha redactado bajo el título El monte de las brujas (1972). Tendrá como compañero de reparto al extraño actor iraní John Gaffari, a quien el novel cineasta ha conocido poco antes, durante el rodaje con Jesús Franco de Les démons (1972). Pero la filmación supondrá una experiencia catastrófica para muchos de los implicados, como relata el propio Artigot: «Llevé el guión a Pepe Truchado y lo presentó a una productora de nuevo cuño, Azor Films. Más tarde supe que se trataba de una tapadera, una productora creada con objeto de sacar dinero que Paramount tenía retenido en Europa [...]. La película empezó mal y acabó peor, el jefe de producción, un perfecto cretino, se la cargó para los restos. [...] Rodé dos escenas en versión doble, una en la que Patty sale con el pecho al aire y otra donde una gata se transforma en bruja y aparece desnuda un instante. En la película surge en la noche una procesión de mujeres vestidas con túnicas de gasa; el jefe de producción discutió con ellas negándose a pagar las horas nocturnas. El novio de una de ellas, funcionario de policía, aconsejó a las chicas que presentaran una denuncia en comisaría. Así lo hicieron alegando en venganza que las habían obligado a rodar desnudas. La denuncia pasó al Ministerio y con la película en montaje se presentaron dos inspectores con orden de revisar el copión. Por estupidez o maldad, aún no lo sé con certeza, el montador, Pedro del Rey, les pasó el copión entero; en la escena de la procesión, causa de la denuncia, no había falta alguna a la moral... pero al revisar el copión aparecieron las dobles versiones y a ellas se agarraron» (9).
En consecuencia, la película se prohíbe, no sin antes lograr un pase en el Festival de Sitges, donde obtiene una mención especial del jurado. El monte de las brujas nunca llegará a exhibirse comercialmente en España, aunque circule una copia en vídeo, de infame calidad y proveniente de los USA (hacia allí escapó alguien con un internegativo del film). Un caso francamente injusto y desgraciado, pues la película —que este cronista ha tenido ocasión de revisar en una copia excelente que obra en poder de Filmoteca Española— destaca por encima del grueso de la producción fantástica de entonces, merced a un conseguido y denso clima de irrealidad, de misterio ancestral y recóndito, de magia y mitologías netamente autóctonas.


Patty a continuación es reclutada para una serie de títulos a cual más pintoresco, diversos proyectos sobre el papel atractivos, pero insuficientes, cuando no mediocres: La curiosa (1972, Vicente Escrivá) —melodrama con su absoluto protagonismo—, La casa sin fronteras (1972, Pedro Olea) —hermético film, de opresiva atmósfera, que cosecha fracasos por doquier pese a estar preseleccionado para el Oscar a la película extranjera—, La tumba de la isla maldita (1972, Julio Salvador) —indigente, pero exótica, historia de vampiros donde Patty es la víctima designada para resucitar con su sangre a la no-muerta Teresa Gimpera—, El asesino está entre los trece (1973, Javier Aguirre) —torpe intriga criminal en la estela de "diez negritos", que adjunta un castizo all stars cast—, Un hombre llamado Noon (1973, Peter Collinson) —western con un sabroso papel de pistolera fría y cruel, enteramente vestida de negro, para la actriz—, La chica de Via Condotti (1973, Germán Lorente) —en la que Patty fenece estrangulada a los pocos minutos—... y varias insignificancias más.
Al menos, ese año de 1973 Patty recibe noticias de su país de origen: con fecha de 31 de enero el padre ha sido ascendido a general; pero en agosto es enviado como jefe a un grupo de asistencia militar ubicado en Corea, puesto en el que permanecerá hasta mayo del 75. La vida nómada no parece hecha, desde luego, para la más americana de las actrices españolas, pese a que cierta idea comienza a rondar por su cabeza: quizá, después de todo, no le venga mal viajar hasta los USA con su marido. Cambiar de aires. Si el cine español no le ofrece algo mejor.


SKYLINE IN NEW YORK
Manuel de Blas continúa alternando cine y teatro con frenesí, y en los últimos años encadena trabajos triplicando la actividad de su mujer, con quien comparte platós en variadas ocasiones. Mientras, Patty presta su mágico rostro al director italiano Antonio Margheriti para su disparatado y tardío eurowestern El kárate, el Colt y el impostor (1974), al que siguen pseudopolicíacos —El talón de Aquiles (1974, León Klimovsky)—, delirios sangrientos a cargo de jovencitas vengativas —Las violentas (1974, Fernando Miranda)—, comedias de "palo y tentetieso" en honor de Terence Hill y Bud Spencer —...Y si no, nos enfadamos (1974, Marcello Fondato)— y odiseas postapocalípticas con ínfulas psicologistas financiadas por Profilmes —El refugio del miedo (1974, José Ulloa)—. Suma entonces su participación en un episodio de la serie fantástico-terrorífica de TVE El quinto jinete, el titulado La renta espectral (1975), donde comparte protagonismo con Eusebio Poncela para levantar una adaptación del homónimo relato de Henry James. Manuel de Blas no anda lejos, pues interviene en otro capítulo, El fantasma de Madame Crowl (1975).
Tras la muerte del dictador a finales de 1975, España parece liberarse y en seguida brota la locura del destape. El cine pronto va a instaurar la famosa clasificación "S" para estigmatizar el soft-core y las revistas (Lib, Climax, Pen...) harán frente común para ofrecer cuanto más despendole mejor. Naturalmente, una publicación como Interviú pretende convencer a Patty para adornar con su sexy y sugestiva figura las páginas dedicadas al calentamiento erótico, sin llegar jamás a convencerla. El ambiente general, festivo pero desmadrado, tan sólo propicia para los profesionales del cine proyectos picantes. El cinematógrafo nacional se pone imposible y, en este contexto, tras actuar en la ambiciosa producción catalanista La ciudad quemada (1976, Antoni Ribas), precisamente en un papel de monja, Patty y su marido deciden llevar a cabo aquella previa y seductora idea y alejarse de todo, cambiar radicalmente de escenario: viajar a los Estados Unidos y afincarse en Nueva York.
En mayo de 1976 les recibe la hermana de Patty, Judith, en la ciudad de los rascacielos, acogiéndoles en un espacioso apartamento de su propiedad. Ocasión que aprovechan las dos mujeres para compartir y comentar noticias de la familia: el año anterior la anfitriona ha debutado en la televisión norteamericana y a ella se dedicará casi en exclusiva durante las próximas cuatro décadas, con gran éxito, premios y reconocimientos. Mas de momento es sólo una debutante que ayuda a su hermana, una consumada actriz que merced a la actual deriva de su trabajo intuye, quizá, el principio del fin de su carrera...


Se muda el matrimonio a las cercanías de Greenwich Village, muy cerca del Soho, donde artistas de todas las disciplinas viven casi en comunidad. Manuel busca, incansable, trabajo como actor en producciones off Broadway y en diversos cortometrajes para alumnos de la escuela de cine neoyorquina. Por fin, él y Patty deciden matricularse en la academia de interpretación del prestigioso Lee Strasberg, pero pese a la efervescencia creativa que en aquellos años 70 se vivía en los Estados Unidos, la ciudad de Nueva York comienza a resultarles inhóspita. Optan entonces por volver a Madrid y retomar allí sus carreras, tras casi dos años de aventura americana.
Pero algo está ocurriendo con Patty. Su estrella se desvanece. Apenas hay noticias de la actriz que fascinaba con sus ojos azules desde la pantalla, salvo por una aparición, previa a su viaje a los USA, en el episodio Aquí durmió Carlos III (1976, Antonio Drove) de la serie Curro Jiménez —el marido hace lo propio con el titulado La trampa (1977), que dirige Rafael Romero Marchent—. Bien es cierto que la actual preferencia por los rodajes con sonido directo atenúa la hasta entonces inveterada costumbre de doblar en postproducción a los actores, ralentizando el acceso a producciones nacionales de las intérpretes extranjeras en virtud de sus fuertes acentos foráneos (Didi Sherman, Nadiuska, Claudia Gravy, la propia Patty...); excepto, como es natural, con los proyectos filmados directamente en inglés. En los años 80, y en este sentido, a duras penas surge en un puñado de títulos poco destacados, inaugurando la década con un film tardíamente adscrito al "cine quinqui", Todos me llaman Gato (1980, Raúl Peña), donde ejerce labores secundarias y muestra sin rubor fisonomía y encantos bajo la inevitable ducha. Trabaja después con Juan Piquer Simón en una de sus sempiternas adaptaciones de clásicos literarios juveniles, Los diablos del mar (1981), y cinco años después reaparece en la coproducción hispano-suiza Banter (1986, Hervé Hachuel), thriller muy menor en el que desempeña un papel de reparto.



Desde hace tiempo el trabajo no llama a su puerta; se rumorean problemas de salud, algunos comentan que su fuerte temperamento se ha acentuado con el tiempo y que tal circunstancia propicia su alejamiento de la vida pública... No concede entrevistas y pocos parecen acordarse de ella. A muchos extraña hallarla en labores de dialogue coach para la comedia de Miguel Hermoso Marbella, un golpe de cinco estrellas (1985), sirviendo como intérprete bilingüe para el equipo de rodaje y los actores internacionales involucrados, Rod Taylor y Britt Ekland. No cuesta imaginar que el propio Manuel de Blas, actor asimismo en el film y que no cesa de trabajar en cine y teatro, ha podido interceder en la contratación de su mujer para tales menesteres —a los que volverá con El río de oro (1986), por la amistad que con su realizador, Jaime Chávarri, tenía desde los tiempos de Un, dos, tres... al escondite inglés, donde aquel interviene como coguionista, ayudante de dirección y actor—. Lejos quedan las manifestaciones de felicidad que a principios de 1973 expresaba Patty al preguntársele si sentía complejo alguno por la hiperactividad de su marido frente a su propia falta de propuestas profesionales: «No, ¿cómo iba a acomplejarme? Cuanto más trabaje, mejor. Estoy muy contenta de que pueda hacerlo. Y él, claro está, mucho más todavía» (10).


SILENCIO
La última actuación conjunta de Manuel de Blas y Patty Shepard se lleva a cabo, para regocijo de nostálgicos y cinéfilos, en Slugs, muerte viscosa (1987), de nuevo a las órdenes de Piquer Simón. Supone el decimotercer largometraje compartido por la pareja. Pero cuesta reconocer a Patty: se ha mitigado, hasta desaparecer, el extraño magnetismo de un inquietante y bellísimo rostro que fascinó durante los dos últimos decenios. Muy desmejorada ya, cumple con sendos papeles de colaboración en dos flojas películas producidas por José Frade, Descanse en piezas (1987) y Al filo del hacha (1987), ambas dirigidas por José Ramón Larraz. A partir de aquí, el resto es silencio. Nada se sabe de Patty Shepard. Quienes de tarde en tarde coinciden con ella comentan preocupados su deterioro físico.
Los años transcurren. En 1992 Manuel recibe el Premio Nacional de Teatro y cuatro años después, en junio del 96, es homenajeado en el II Festival Ibérico de Cine, en Badajoz, su ciudad natal, certamen al que asiste acompañado de Patty. Ella sonríe, pero sus ojos, antaño luminosos, muestran profunda tristeza, un gran vacío.
Judith, mientras tanto, triunfa en los Estados Unidos y a su carrera en la televisión y el cine añade trabajos teatrales, incluso como directora, sorprendiendo a propios y extraños con el éxito de un restaurante del que es copropietaria en Palm Springs, California. Por fin, en 2005, recibe el premio a toda una vida que otorga la Desert Theatre League, destacando su brillante carrera sobre las tablas. Pero para llegar hasta aquí la hermana pequeña de Patty se ha curtido en innumerables series de TV tan populares como Kojak, La isla de la fantasía, El increíble Hulk, Las desventuras del sheriff Lobo, Flamingo Road, Vacaciones en el mar, El coche fantástico, Remington Steele, Autopista hacia el cieloMacGyver, Se ha escrito un crimen, Medias de seda... convirtiéndose en una celebridad de la pequeña pantalla.
Patty, por el contrario, ha desaparecido completa y absolutamente de la vida pública. Muy pocos saben de ella y el resto la imagina recluida en soledad.

Su padre fallece el 22 de julio de 2009 en Palm Beach, acompañado por su mujer Patricia y su tercera hija, Harriet, y es enterrado en el Cementerio Nacional de Arlington con los más altos honores militares. Judith, emocionada, dedica durante el sepelio unas sentidas (y castrenses) palabras al padre desaparecido: «Con orgullo, amor y admiración eterna hacia quienes han servido a la patria mientras sus hijos les apoyábamos, yo agrego ahora el nombre de mi padre al de todos los que se fueron antes, General Leland C. Shepard Jr. [...] Sé que mi padre será bien recibido por todos aquellos que sirvieron a este país y han sido parte de esa gran generación que luchó por nuestra libertad. Nosotros te lo agradecemos hoy. Dios te bendiga. Nunca te olvidaremos» (11).
Pasan los años. El nombre de Patty Shepard parece inscribirse con letras de oro entre los aficionados al cine fantástico patrio, quizá en idéntica proporción al inquebrantable mutismo de la ahora reivindicada actriz, a quien sobre todo se recuerda en su lúgubre encarnación de Wandesa Dárvula de Nadasdy para el film de León Klimovsky La noche de Walpurgis, papel que, para colmo, Patty aceptó sin ningún convencimiento (12). Pero conviene no engañarse: tal evocación no adquiere auténtico espesor más allá del círculo de aficionados al género, los fanzines y alguna publicación especializada en la temática. Se la etiqueta como "reina del grito", junto a nombres de dispar categoría: Helga Liné, Teresa Gimpera, Loreta Tovar, Lone Fleming, María Kosti, Dianik Zurakowska, Helen Harp... Sin duda, y con el tiempo, se genera un culto creciente en torno a la magnética presencia de Patty Shepard. Pero la respuesta es el silencio.


En la mañana del 9 de enero de 2013 una noticia salta a los portales de internet: seis días antes, el jueves 3 de enero, en Madrid, Patty se ha ido igual que ha vivido durante las últimas dos décadas. Casi en secreto. La noticia se extiende por Facebook, a través de blogs diversos, en las ediciones digitales de los diarios... Sin excesivo ruido, mediante asépticas notas de prensa y breves textos de condolencia. Desprevenidos, aquellos que la admiraron durante su eclosión en el cine español no dan crédito. Sólo contaba con 67 años. Un infarto. Y quien esto suscribe, incrédulo ante su pérdida real, familiarizado ya con su alarmante discreción, esa misma noche vuelve a disfrutarla en su mejor momento contemplándola en Un, dos, tres... al escondite inglés. Esa es la Patty que yo conocí: la de la sonrisa resplandeciente y la mirada seductora pero limpia de aquellos profundos ojos azules. Y allí estaba, en la pantalla, deslumbrante, vital, divertida, entre los fotogramas de la época que amaba, aquellos años 60 rendidos a sus pies, a su belleza, a su encanto, a su talento.
Alguien me ha comentado recientemente, "cuando la conocí era un ángel". Incluso ahora, en otra parte, puede que lo sea.

Notas
8.- Entrevista a Tonino Valerii incluida en el libro de Luca M. Palmerini y Gaetano Mistretta Spaghetti nightmares (M&P Edizioni, Roma, 1997), pág. 131.
9.- Declaraciones efectuadas por Raúl Artigot al autor de este artículo a finales de agosto de 2012 en Gijón, durante el certamen cinematográfico "Peor... ¡Imposible!".
10.- Reportaje en Nuevo Fotogramas, nº 1.276 (Barcelona, 30 de marzo de 1973).
11.- RHS Memorials (3 de septiembre de 2009).
12.- Afirmación que Paul Naschy, en sus memorias, refuerza: "La actriz Patty Shepard, que hacía de la maligna condesa no-viva, lesbiana y sanguinaria, lamentó haber aceptado el papel. [...] La verdad es que Patty lo bordó. Si en este país hubiera existido una industria seria, la Shepard se habría convertido en una nueva Barbara Steele". De Memorias de un hombre lobo (Alberto Santos Editor, Madrid, 1997), pág. 87.


FILMOGRAFÍA DE PATTY SHEPARD
1966: La ciudad no es para mí (Pedro Lazaga), Frontera al Sur (José Luis Merino), Lucky el intrépido (Jesús Franco). 1967: El dedo del destino (Richard Rush), Cita en Navarra (José Grañena), Tinto con amor (Francisco Montolio). 1968: Sharon vestida de rojo (Germán Lorente), Alicante (José Luis Borau, episodio de Conozca usted España, TV). 1969: Las panteras se comen a los ricos (Ramón Fernández), ¿Por qué te engaña tu marido? (Manuel Summers), Carola de día, Carola de noche (Jaime de Armiñán), Golpe de mano (José Antonio de la Loma), Un, dos, tres... al escondite inglés (Iván Zulueta). 1970: Las siete vidas del gato (Pedro Lazaga), Los monstruos del terror (Tulio Demicheli), Veinte pasos para la muerte (Manuel Esteba), Después de los nueve meses (Mariano Ozores), Escalofrío diabólico (George Martin), El techo de cristal (Eloy de la Iglesia), La noche de Walpurgis (León Klimovsky). 1971: A mí, las mujeres, ni fu ni fa (Mariano Ozores), El más fabuloso golpe del Far-West (José Antonio de la Loma), Primavera mortal (Miguel Iglesias, Stevan Petrovic), Las petroleras (Christian-Jaque). 1972: Timanfaya (José Antonio de la Loma), Sumario sangriento de la pequeña Stefania (Tonino Valerii), El monte de las brujas (Raúl Artigot), La casa sin fronteras (Pedro Olea), La curiosa (Vicente Escrivá), La tumba de la isla maldita (Julio Salvador). 1973: El asesino está entre los trece (Javier Aguirre), Un hombre llamado Noon (Peter Collinson), La chica de Via Condotti (Germán Lorente), Un casto varón español (Jaime de Armiñán), Ella (Tulio Demicheli). 1974: El kárate, el Colt y el impostor (Antonio Margheriti), El refugio del miedo (José Ulloa), El talón de Aquiles (León Klimovsky), Las violentas (Fernando Miranda), ...Y si no, nos enfadamos (Marcello Fondato). 1975: La renta espectral (José Antonio Páramo, episodio de El quinto jinete, TV). 1976: Aquí durmió Carlos III (Antonio Drove, episodio de Curro Jiménez, TV), La ciudad quemada (Antoni Ribas). 1980: Todos me llaman Gato (Raúl Peña). 1981: Los diablos del mar (Juan Piquer Simón). 1986: Banter (Hervé Hachuel). 1987: Descanse en piezas (José Ramón Larraz), Slugs, muerte viscosa (Juan Piquer Simón), Al filo del hacha (José Ramón Larraz).

lunes, 14 de enero de 2013

PATTY SHEPARD. THE GIRL WITH DEEP BLUE EYES (parte I)

El inesperado fallecimiento de Patty Shepard hace escasos días, nos ha sorprendido y desolado a muchos amantes del cine. Más aún por el olvido en el que parecía haber caído, desde hacía dos décadas, una de las actrices más bellas y activas del cine español de los 60-70, tras interrumpirse, bruscamente, su carrera, con apenas 43 años. Tristeza, cierta perplejidad y una sana nostalgia me han acompañado durante la redacción de este texto apresurado, escrito al albur de su partida, mediante el cual, de alguna manera, indago en su vida y su trabajo; pero en el que asimismo afloran diversas inquietudes acerca del silencio que ha rodeado, impenetrable, los últimos decenios de la vida de Patty. En cualquier caso, la extensión del escrito me obliga a dividirlo en dos partes, la primera de las cuales es la presente entrada, y cuya segunda mitad publicaré en los próximos días. Tan sólo me resta apuntar que quienes la conocimos a través de referencias ajenas o de sus películas jugamos con la ventaja y el albedrío de evocar una imagen suya idealizada, grácil y fascinante, exenta de defectos y plena de añoranza y cariño. Al fin y al cabo, ahora ella forma parte, más que nunca, de la etérea e inaprensible magia del cine.
Descansa en paz, Patty.


PATTY SHEPARD. THE GIRL WITH DEEP BLUE EYES
Primera parte

Regresaba el B-25 a la base aérea tras un intenso bombardeo sobre suelo birmano. Entre los seis tripulantes del aparato, el teniente Shepard era uno de los más veteranos, cincuenta y ocho misiones nada menos. Las nubes de China, Birmania e India, como antes las del sur de Italia y el norte de África, conocían  bien las 15 toneladas de aquel bombardero que durante siete meses de 1944 había atravesado cielos extranjeros. En tierra esperaba al piloto la orden de traslado: volvía a los Estados Unidos como instructor de vuelo. Diez meses después, el 2 de septiembre de 1945, finalizaba la Segunda Guerra Mundial.
Leland Casper Shepard Jr. se había alistado en la fuerza aérea tras el ataque japonés a Pearl Harbor, abandonando así la carrera de Derecho que cursaba en la Universidad de Florida para ingresar en la escuela de vuelo del ejército del aire. Nada le impedía, por tanto, retomar sus estudios tras su intenso periplo bélico de más de un año. La paz volvía al mundo, Shepard se doctoraba en Leyes y su mujer, Patricia, esperaba el primer hijo de ambos. Hija, mejor dicho.
El 1 de octubre de 1945, un mes después del primer aniversario del fin de la guerra, en Greenville, Carolina del Sur, venía al mundo Patricia Moran Shepard.
Contaba la niña cuatro años cuando su padre decidió regresar al servicio activo, incorporándose al cuerpo jurídico del ejército. El ya capitán Shepard y su familia, aprenderían a encajar con disciplina una constante en sus vidas: los interminables traslados, de una base militar a otra. Y es en el transcurso de uno de estos viajes, cuando el 15 de noviembre de 1951 hace acto de presencia Judith, la segunda hija del matrimonio. La felicidad dura poco: un año después el padre es destinado al Decimotercer Escuadrón de Bombarderos, pues los Estados Unidos intervienen en la guerra de Corea apoyando a la ONU y a Corea del Sur. En julio del 53 todo ha terminado y las tropas internacionales vuelven a sus respectivos países. Para el cabeza de familia, su mujer y sus dos hijas, el regreso supone iniciar nuevos éxodos, hacia Japón, Nebraska, Reino Unido... conforme Shepard adquiere notoriedad y asciende en el escalafón militar. Hasta que en 1965 es trasladado al Decimosexto de la Fuerza Aérea, en la base americana de Torrejón de Ardoz, en Madrid, como Jefe de la División de Control. Patty tiene diecinueve esplendorosos años.


SUBIR COMO LA ESPUMA
En España, Patty se matricula en la facultad de Filosofía y Letras. Pero su físico, esbelto, grácil, de rostro fascinante y mirada magnética, merced a unos rasgos totalmente alejados de la tipología mediterránea, pronto va a captar la atención de un fenómeno que entonces eclosionaba: la industria publicitaria para la emergente televisión comercial. Se buscan, pues, a toda costa, nuevos talentos, rostros frescos de inspiración cosmopolita, valores añadidos, en suma, que diversos cineastas y fotógrafos de renombre precisan agregar a sus spots: Carlos Saura, Leopoldo Pomés, José Luis Borau... Es este último quien dirige a Patty en un anuncio del famoso brandy Fundador, que la populariza en grado extremo y donde la muchacha despliega todo su juvenil encanto, botella en mano. En este punto, todo se precipita y comienzan los directores a incluirla en sus filmes, si bien al principio en papelitos minúsculos, de extra, como en su debut La ciudad no es para mí (1966, Pedro Lazaga), donde surge en un "visto y no visto" junto al veterano Paco Martínez Soria, el western Frontera Sur (1966, José Luis Merino) o la enloquecida Lucky el intrépido (1966), de Jesús Franco.
Una noticia, no por esperada menos inoportuna, amenaza con poner freno a esta naciente actividad frente a las cámaras. Ese junio de 1967 el alto mando estadounidense ordena al comandante Shepard regresar de inmediato a su país e incorporarse como jefe de vuelo en la Base de la Fuerza Aérea Randolph, en Texas. La familia decide entonces repatriarse... Pero nadie puede impedir que Patty, mayor de edad, tome su propia decisión: quedarse en España. La ilusión de un futuro prometedor en el cine que la ha acogido con entusiasmo, le sugiere rechazar cualquier otra opción y se despide de sus padres y hermana. Mas Judith no lo hace convencida, pues poco antes, siguiendo el ejemplo de Patty y con sólo 16 años, ha intervenido como actriz en un eurowestern rodado en suelo español por el italiano Franco Giraldi, Siete mujeres para los Mac Gregor (1967). Como aún es menor, la adolescente se resigna, obedece y vuelve a los USA.
Patty, cómoda en España, donde su origen norteamericano es un plus para el cine nacional, y libre ya de ataduras familiares, se abre a un horizonte que la sonríe con promesas de estrellato.


CITAS, CRUZADAS Y AMOR
«Aquel verano de 1966 hice mi primera película de protagonista. Una especie de documental con una historia simple de una turista americana y un chico navarro que se enamoraban. [...] La película se llamaba, no podía ser de otra manera, Cita en Navarra. [...] El director fue José Grañena [...] y la turista es la señora con la que estoy casado desde hace más de cuarenta años». Así refiere Manuel de Blas en sus memorias su primer encuentro con Patty Shepard, quien gozaba entonces de la efervescencia laboral que tanto ansiaba la encantadora actriz. De Blas apenas consignaba una decena de títulos en su currículum, por lo que ambos, jóvenes y atractivos, compartían entusiasmo y ambición por prosperar en la industria del cine.
«Patty tenía veinte años y yo veinticinco» —continúa el actor— «Siempre juntos. Lo pasábamos bien. Nos reíamos mucho y yo le enseñaba a mejorar el español. Una noche que estábamos rodando en una vieja ermita tenía que besarla y luego decir mi diálogo. Le di el beso y me quedé en blanco, sin saber muy bien dónde estaba. Pero como ambos teníamos nuestro ambiente y nuestras amistades, cuando terminó el rodaje nos fuimos cada uno por su lado. [...] Unos meses más tarde coincidimos de nuevo. Una película sobre la guerra civil española que se llamó Cruzada en la mar.[...] Esta vez, cuando acabó, nos fuimos cada uno por su lado, pero por poco tiempo. Nos llamamos. Salimos. Nos volvimos a besar y nos enamoramos. Nos fuimos a vivir juntos y poco después nos casamos» (1).
Raúl Artigot, pronto uno de los más activos directores de fotografía del cine español, y cuya carrera se iniciaba igualmente en aquellos años, había compartido también plató con ellos en los citados filmes de Grañena e Isidoro M. Ferry: «Conocí a Patty en una película que rodé en Navarra tiempo atrás, Cita en Navarra. [...] Yo había intervenido de modo indirecto en su carrera de actriz e incluso en la afectiva, ya que en Cruzada en la mar convencí al jefe de producción, Gustavo Quintana, para que ella y Manolo de Blas volvieran a trabajar juntos en la película. Lo que, en cierto modo, dio origen a su posterior matrimonio» (2). Pero los destinos de Artigot y Patty, que de nuevo habían coincidido con Manuel de Blas en Sharon vestida de rojo (1968, Germán Lorente) volverán a cruzarse tiempo después, como veremos. Y para compartir una desconcertante experiencia cinematográfica.

En cualquier caso, la actriz, radiante, decide confiar su agenda a las manos expertas de un profesional que ejercerá como agente artístico, Enrique Herreros, bajo cuya guía interviene en buen número de largometrajes, casi nunca, también es cierto, destacados. La actividad de Patty se vuelve frenética y enlaza título tras título, en todo tipo de géneros, desde la comedia al terror, pasando por el thriller, el romance o el spaghetti western... Las panteras se comen a los ricos (1969, Ramón Fernández), ¿Por qué te engaña tu marido? (1969, Manuel Summers), Golpe de mano (1969, José Antonio de la Loma), Las siete vidas del gato (1970, Pedro Lazaga), Veinte pasos para la muerte (1970, Manuel Esteba)... La crítica no tiene misericordia con estos productos llanos y populares, pese a la refrescante presencia de la joven actriz, que en virtud de su fisonomía y fuerte acento yanqui suele encarnar personajes de origen foráneo, casi siempre doblados a un perfecto castellano. Constante que le acompañará durante toda su trayectoria frente a la claqueta. Sin embargo, los epítetos que los entendidos le dedican a sus películas no rozan, ni de lejos, lo amable, oscilando entre la socarronería y la indignación. Así el sardónico Jaime Picas, desde las páginas de la no menos influyente revista Fotogramas despacha Carola de día, Carola de noche (1969, Jaime de Armiñán) preguntándose «¿Pero cómo pueden cometerse tantas memeces en el cine español?» (3), para a continuación afirmar respecto a Después de los nueve meses (1970, Mariano Ozores) hallarse ante «un tosco sainete en el que los tópicos más rumiados nos son ofrecidos por enésima vez y no precisamente en bandeja de plata» (4).




CINE DE CRISTAL
En pleno auge profesional, Patty es convocada para intervenir en un episodio de la serie documental Conozca usted España (1966-69). Producida por TVE, que entonces la emitía en la segunda cadena —popularmente conocida como UHF—, la serie cuenta con guionistas de relumbrón, como el escritor Antonio Gala, y una brillante nómina de realizadores: Claudio Guerín Hill, Pedro Olea, Francisco Regueiro, José Luis Borau... Por añadidura, cada capítulo es presentado por personajes famosos del calibre de la actriz Sonia Bruno, el torero El Cordobés, el cineasta Edgar Neville, la cantante María Dolores Pradera... o la propia Shepard (aunque su episodio, centrado en Alicante y el primero en color, nunca llegaría a emitirse). Todo lo cual certifica el momento dulce que vive la artista, coronado por su boda con Manuel de Blas en 1967 y el nacimiento del hijo de ambos, David, en 1969.
Entre la barahúnda de títulos que, siempre en los márgenes del cine de consumo, factura la actriz sin pausa, sobresale un film extraño, obra del donostiarra Iván Zulueta, que reproduce el tono iconoclasta de su programa de TVE Último grito (1968-70) y las locuras pop que el británico Richard Lester había efectuado para los Beatles con Qué noche la de aquel día (1963) y Help (1964). El resultado, Un, dos, tres... al escondite inglés (1969), es un film particularísimo, psicodélico, que a la par juega al nonsense y al espectáculo músico-visual, en un desarrollo tan lúdico como deliciosamente absurdo. Pero la película, una sátira de la moderna televisión de consumo y todo su universo adyacente, en la que Patty encarna, con no poca sorna, a una incipiente actriz proveniente de la publicidad, sufrió múltiples problemas legales y administrativos, hasta el punto de que su productor, José Luis Borau, se vio forzado a firmar el largometraje, aunque la dirección correspondiese por entero al inclasificable Zulueta.


Esta rupturista apuesta por la calidad no va a obtener, por desgracia, continuidad en la carrera de Patty, que vuelve a sumergirse en el más puro y duro cine popular. Llegan así sus primeros escarceos dentro del fantástico patrio, a rebufo de la eclosión que éste experimenta en la década entrante: Los monstruos del terror (1970, Tulio Demicheli), Escalofrío diabólico (1970, George Martin) y, sobre todo, su vampira de La noche de Walpurgis (1970, León Klimovsky), van a convertirla, quizá en contra de su voluntad, en icono del género. A estos puede añadirse un estimable thriller firmado por otro director vasco, Eloy de la Iglesia, El techo de cristal (1970), donde Patty sorprende en un ambiguo papel de vecina inquietante, y que alcanza repercusión en taquilla merced a su trama morbosa —pero, también, gracias al inesperado cambio de registro de su protagonista, Carmen Sevilla—. No obstante, Patty no se siente satisfecha. El grueso de su filmografía carece de la menor trascendencia y los desencuentros con Enrique Herreros se acentúan, hasta el punto de romper su relación laboral: «Quique y yo no veíamos las cosas iguales. Nuestros puntos de vista eran distintos en lo profesional. Por eso fue mejor que rompiéramos. Ahora no tengo representantes. Yo solita firmo mis contratos y estoy contentísima» (5), declaraba la bella actriz a mediados de 1971.
En efecto, tras A mí, las mujeres, ni fu ni fa (1971, Mariano Ozores), coyuntural comedieta al servicio del cantante Peret, comienzan a surgir películas más ambiciosas, en cuanto a producción, y mejores, respecto a su calidad global. En conjunto parece existir un esfuerzo por encauzar la carrera hacia horizontes de relevancia, algo que Patty desea para afianzarse en papeles de mayor variedad, quizá intentando así superar las evidentes limitaciones de un registro dramático que enmascara bajo su fascinante presencia física y esos profundos, intensos, ojos azul celeste.



SOY ROMÁNTICA
Esta etapa de superación personal y reafirmación del ego artístico la inaugura con la citada A mí, las mujeres, ni fu ni fa y tres coproducciones multipartitas: un drama romántico, Primavera mortal (1971, Miguel Iglesias y Stevan Petrovic), y dos eurowesterns, El más fabuloso golpe del Far-West (1971, José Antonio de la Loma) y Las petroleras (1971, Christian-Jaque). No duda entonces en evaluar con talante positivo sus últimos logros profesionales, aún pendientes de estreno: «Estoy muy satisfecha de mis interpretaciones. En El más fabuloso golpe del Far-West hice un papel muy divertido. De comedia, casi. Era una chica mejicana y aparecía por primera vez con la tez cetrina. A mí, las mujeres, ni fu ni fa también me gustó interpretarla porque hacía tiempo que deseaba actuar en una comedia española de este tipo. Y en cuanto a Primavera mortal, estoy muy contenta porque, aparte de contar con la suerte de un guión de Lajos Zilahy, la película está en esa línea romántica que impera ahora» (6).


Tan risueñas consideraciones ocultan la fatigosa serie de incidentes que han sacudido la producción de al menos dos de estos largometrajes. Primavera mortal supuso un calvario para el equipo de rodaje, precisamente por las constantes injerencias del autor de la novela adaptada y guionista, el admirado, pero exigente y excéntrico, Lajos Zilahy. El escritor húngaro financia la película por entero de su bolsillo, moviéndose desde Yugoslavia, donde a cargo del director Stevan Petrovic se ha rodado la mitad del metraje, hasta Barcelona, en cuyo plató espera Miguel Iglesias Bonns para completar el proceso. Patty es contratada para encarnar a la bella catalana que enamora al protagonista, el actor Bruce Pecheur, pero pronto constataría el equipo que el novelista, obsesivo hasta el desequilibrio mental, iba a convertir el rodaje en un constante tira y afloja. Zilahy se entromete en cada escena propiciando situaciones incómodas, como la del beso entre ambos protagonistas: «Él se colocaba detrás de ella y bajaba un poco la cabeza para que encajasen las dos bocas. Zilahy quería cortarla. No sólo la consideraba inmoral sino pornográfica y me hizo llegar una nota [...] en que se quejaba de que aquel beso era un símbolo de la combinación erótica conocida como 69» (7), detalla Iglesias. Para colmo, trabas de todo tipo, económicas, burocráticas, incluso políticas —en la época España y Yugoslavia carecían de relaciones diplomáticas—, van a impedir el estreno del film condenándolo al olvido. Patty tendrá que esperar casi diez años para asistir, por fin, al fugaz pase en salas españolas de su película, cuya situación administrativa no se desbloquea hasta agosto de 1980...
En cuanto a Las petroleras, una comedia en formato western erigida a la mayor gloria de Brigitte Bardot y Claudia Cardinale, sufre asimismo diversos infortunios, empezando por la deserción del mítico actor Karl Malden. Las dos divas, ya avanzado el rodaje, presionan para expulsar al director, Guy Casaril, quien al parecer desprecia su exigencia de más primeros planos. El realizador, oficialmente "por motivos de salud", abandona el plató y retoma las riendas Christian-Jaque. Patty disfruta con su personaje de india mestiza, una de las cuatro hermanas de la Bardot (el resto son Emma Cohen, Teresa Gimpera y France Dougnac) enfrentadas por un terreno rebosante de petróleo al clan liderado por la Cardinale y sus cuatro hermanos. Pero la película sólo será recordada merced a una demencial secuencia, aquella en la que B.B. y C.C. dirimen sus diferencias propinándose una monumental paliza.

Notas
1.- Manuel de Blas: ¡Qué maravilla! ¡Qué espanto! (T&B Editores, Madrid, 2008), págs. 38-39.
2.- Declaraciones de las que me hizo partícipe el propio Artigot en el transcurso del certamen "Peor... ¡Imposible!" de Gijón, a finales del mes de agosto de 2012.
3.- Jaime Picas: crítica en Nuevo Fotogramas, nº 1.086 (Barcelona, 8 de agosto de 1969), pág. 15.
4.- Jaime Picas: crítica en Nuevo Fotogramas, nº 1.168 (Barcelona, 5 de marzo de 1971), pág. 39.
5.- "Patty Shepard y el romanticismo", reportaje en Nuevo Fotogramas, nº 1.183 (Barcelona, 18 de junio de 1971), pág. 43.
6.- Op. cit. nº 5.
7.- Declaraciones extraídas del libro de Ángel Comas Miguel Iglesias Bonns: cult movies y cine de género (Ediciones Cossetània, Valls, 2003), pág. 103.
 

CONCLUYE EN LA PRÓXIMA ENTREGA


domingo, 6 de enero de 2013

"EL MUNDO FUTURO", DE BOIXCAR

Siendo un niño descubrí entre los tebeos que mi padre guardaba desde su infancia y adolescencia, magníficas primeras ediciones de cómics legendarios: Flash Gordon, Rip Kirby, El Hombre Enmascarado, Mandrake el mago, Ben Bolt, Agente secreto X-9 del FBI, Nat el grumete, Jorge y Fernando de la Patrulla del Marfil, Aventuras de dos muchachos y un automóvil... Pero entre todos estos títulos y muchos otros, me fascinó de manera especial la serie El mundo futuro, escrita y dibujada por Boixcar. Con el tiempo mi padre vendió su valiosa colección de cómics y yo tuve que esperar a cumplir 33 años para hacerme con el facsímil de la saga futurista editado por Lector Crédito del Libro. Emocionado, escribí el presente texto para el suplemento Viernes de Evasión del diario El Correo. Han pasado 15 años, nada menos, desde la publicación del artículo el 5 de septiembre de 1997. Aprovecho para recobrarlo hoy aquí, si bien en su versión íntegra.

EL MUNDO FUTURO

Cualquier fecha es oportuna para rescatar los grandes clásicos de la ciencia-ficción, ya sean literarios o cinematográficos; pero mayor valía, si cabe, conlleva hacerlo con las obras fundamentales que a esta temática ha dedicado el mundo de las viñetas. Quizá porque en este país no existe la arraigada tradición que allende nuestras fronteras convierte los tebeos en fenómeno sociológico. La industria del cómic, es cierto, ha avanzado en España, pero aún queda camino. Por este motivo revistió en su día especial mérito la labor de la editorial Lector Crédito del Libro, consagrada a la reedición de historietas; con un marcado carácter nostálgico, mas también con importancia arqueológica e histórica merced a la infinidad de títulos señeros recuperados por este sello. En 1997 esta firma bilbaína puso en circulación una esmerada edición facsímil de El mundo futuro, espléndida obra de uno de nuestros más célebres historietistas, Guillermo Sánchez Boix, cuya firma artística, Boixcar, causó furor durante los años 40 y 50, demostrando que el cosmos ya existía mucho antes de La guerra de las galaxias y Star Trek...
 

La eclosión fantacientífica con que el cine americano nos abrumó en décadas pasadas bebía, en muchos casos, del mundo de las viñetas. Aparte de los incunables USA —Alex Raymond y su Flash Gordon a la cabeza—, en España también existieron autores capaces de sumergirnos en apasionantes relatos de ciencia-ficción pura, como el pionero Jaime Tomás García, quien en 1935 ya publicaba El universo en guerra, uno de los primeros tebeos nacionales de anticipación. Y aunque hoy sea recordado El mundo futuro como un hito de la modalidad, hubo de compartir quioscos y estanterías con otras sagas coetáneas surgidas igualmente en la década de los 50, a cargo, sobre todo, de Editorial Cid —Diego Valor (1954-58)—, Ediciones Cliper —Al Dany (1953), la revista Futuro (1957)—, Ediciones Soriano —Kit-Boy (1956-59)—, Exclusivas Gráficas Ricart —Platillos volantes (1955-56)—, Editorial Marco —Red Dixon (1954-57), imitación, al igual que el mencionado Al Dany, del influyente Flash Gordon— y un no muy extenso etcétera.
No obstante, fascina la promoción que Ediciones Toray le dedicó a su saga estrella, tal y como destacaba en las contraportadas de sus cuadernillos: «Si hoy son una realidad los cerebros electrónicos, los turborreactores, los proyectiles dirigidos y otras tantas maravillas de la técnica moderna, ¿acaso no es posible que en un futuro próximo conquiste el hombre los infinitos caminos interplanetarios? Por eso hemos lanzado "El mundo futuro", cada uno de cuyos títulos es una emocionante aventura magistralmente ilustrada por el famoso dibujante Boixcar».





SERES BUENOS
Boixcar había nacido en Barcelona en 1917 y, movido por su espíritu inquieto, no dudaría en fugarse de casa a la tierna edad de 12 años. Su natural romántico le lleva a escribir poesía y hasta una obra teatral, mientras se emplea, entre otros curiosos menesteres, como retocador fotográfico, en un anticipo de lo que supondría su amor por el texto y la imagen. Llega la Guerra Civil y lucha en el bando republicano, pero tiene que huir a Francia, donde es capturado por los nazis y recluido en un campo de concentración. Al término del conflicto regresa a España y, en 1943, ingresa en la Editorial Marco iniciando su carrera en el Noveno Arte. En un arrebato sentimental, decide firmar como Boixcar, mezclando su apellido con las tres iniciales del nombre de su querida esposa. La inevitable influencia de los autores norteamericanos —Harold Foster y El Príncipe Valiente, Milton Caniff con su Terry y los piratas, el citado Raymond— marcaría para siempre su estilizado dibujo, como a Jesús Blasco, Francisco Hidalgo o Ángel Puigmiquel, contemporáneos suyos y también maestros de la viñeta.



Eran los tiempos del NO-DO, la época de CIFESA y el imperio de Chicos, la revista de cómics emblemática de los 40; todo ello pasado por el filtro del régimen franquista y su exaltación patriótica e histórica. Boixcar ya comenzaba a despuntar con obras como El Caballero Negro (1945), El Puma (1946) o La vuelta al mundo de dos muchachos (1948) —su primera obra con Ediciones Toray, bajo cuyo sello trabajaría hasta 1958—, pero el golpe de gracia lo daría con Hazañas bélicas, colección surgida a finales del 48 como continuación de la serie Episodios de guerra, de Blasco. El enorme éxito de Boixcar propiciaría que aquélla se dilatase hasta el año 71, ya con dibujos ajenos... Así, a continuación de Flecha Negra (1949), nuestro autor emprende una de las sagas más fascinantes de los 50: El mundo futuro nace en 1955 y recorre todo el universo de la ciencia-ficción a través de guiones del propio Boixcar que mezclan viajes intergalácticos, invasiones extraterrestres, batallas estelares y melodrama espacial con un diseño hiperrealista de naves, parajes cósmicos y letales seres alienígenas... La parafernalia cinematográfica venida de EE.UU. hallaba justo reflejo en las viñetas del autor, sin escamotear ningún detalle. Incluso el maligno extraterrestre habitante del planeta Metaluna en el filme This island, Earth (1955) servía para inaugurar la serie, con un número uno antológico, Los seres buenos de Marte. Pero no sólo los fotogramas surgían en el arte de Boixcar; incluso determinados homenajes (o plagios, según se mire) a su adorado Flash Gordon sorprendían a los lectores más avezados: en el nº 13 de la colección, titulado Polvo estelar, la lucha contra un monstruoso híbrido de calamar y crustáceo calcaba casi "plano a plano" su homóloga aparición en una de las magnificas historias del mítico personaje de Alex Raymond.


De El mundo futuro se editaron 102 cuadernillos apaisados más dos almanaques (los correspondientes a 1956 y 1957), con una periodicidad quincenal y al precio de 1,50 pesetas, salvo los dos números especiales, a 5 pesetas cada uno (y el triple de páginas). A partir del número 69 Ediciones Toray comenzó a contratar otros dibujantes —Huéscar, Rumeu— y guionistas —Ortiga, Bañolas, Acedo—; sin embargo, aquello ya no era lo mismo. Los maravillosos diseños de Boixcar, sus deliciosas portadas repletas del sabor añejo y camp de la época, sus excitantes historias, capaces de sorprender al lector con insospechados y crueles golpes de efecto, eran insustituibles. Y así, en 1958, se cerraba la colección tras un breve pero sustancioso trayecto. Boixcar falleció en 1960, con sólo 43 años, ante el desconsuelo del aficionado... La ciencia-ficción continuó, desde luego, su periplo nacional con aportaciones igualmente valiosas —5 por Infinito (1967), Delta 99 (1967-68), Galax, el cosmonauta (1968), Astroman (1973)...—, mas la obra de Boixcar es una de las pocas que ha gozado de una merecida reedición.

UN TRISTE PRESENTE
¿Se continuó con esa vena futurista en el cómic español? Diversos autores realizaron algunas obras interesantes durante la década de los 70-80, gracias sobre todo, a las revistas 1984, Cimoc o Zona 84, de cuyas páginas brotaron, respectivamente y entre otras, series como Zora y los hibernautas, Orka o Alex Magnum. Josep Beá impactó así mismo con sus Historias de taberna galáctica; Alfonso Font con Cuentos de un futuro imperfecto y la mordaz La parábola del marciano desconocido, incluida en Historias negras; Carlos Giménez con Dani Futuro y Érase una vez en el futuro... Pero, según Fernando Tarancón, responsable de la editorial especializada Astiberri, «cómic de ciencia-ficción en España no hay, en el sentido de que no existe una industria del cómic. Si estás hablando de 600 euros que se le pagan a un autor por tres meses de trabajo, no se trata de industria, es explotación. Hay tres o cuatro autores consagrados, como Alfonso Font o Daniel Torres, que todos los años publican un álbum; en el momento en que hacen ciencia-ficción, "hay" ciencia-ficción en el cómic español».

Ocasionalmente creadores como Fernando de Felipe (con sus alucinantes S.O.U.L. y ADN), José Beroy (y su apocalíptico 999), Miguel Ángel Prado (y su elegíaco Fragmentos de la Enciclopedia Délfica), Javier Rodríguez (y su irónico Love Gunn) o Leo Sánchez y Antonio Segura (con Bogey) regalan al aficionado interesantes reflexiones sobre la sociedad actual, trasladando sus inquietudes a un decorado futurista que incluso refuerza el punto de vista lúcido y crítico de su obra. «Miguel Ángel Martín, cuyo primer trabajo profesional, "Dog", fue publicado en "Zona 84"» —continúa Tarancón— «es quizá el único autor importante que sigue cultivando la ciencia-ficción, en un sentido muy clásico, el de aplicar al futuro hechos que acaecen en el presente: la incomunicación, las "snuff movies", el sexo frío y aséptico...». Mientras nuestros jóvenes creadores se deciden a dar una continuidad a este género, El mundo futuro de Boixcar existe como legado de un artista excepcional y ejemplo de un futurismo sin adulteraciones, en estado puro, capaz de emocionar más de cincuenta años después de haber sido concebido. Es la magia del buen cómic. Todo un arte.